El nombre Bernardo deriva de “ber” (pozo, fuente) y de nardo, nombre de una planta que según la glosa del cantar de los cantares es humilde, cálida por naturaleza y muy aromática.
San Bernardo fue también cálido por su fervorosa caridad, humilde en su conducta, fuente de doctrina, pozo de profunda ciencia y aromático por su excelente reputación extendida cual suave perfume por todas partes.
Guillermo, compañero suyo y abad de san Teodorico, y Hernaldo, abad de Valbuena, escribieron su vida. Cuentan que era confesor y doctor de la iglesia, nacido en 1.090 en el castillo de Fontaines, en la borgoña, y que murió en Claraval el 21 de agosto de 1.153.
Fue el tercero de los siete hijos de una noble familia y a los nueve años de edad entró en la escuela de Chantillon-Sur-Seine, dirigida por los canónigos seculares de Saint-Vorles.
El libro de la leyenda áurea o dorada de Jacobo de Vorágine en el s.XIII. Narra:
“Su padre, Tescelín, caballero valeroso, vivió plenamente consagrado a su profesión militar y al servicio de dios. Su madre, Alicia, tuvo siete hijos; de ellos, seis fueron varones y los seis se hicieron monjes; monja se hizo también la única hembra que esta santa madre engendró.
Sábese que Alicia, tan pronto como alumbraba a sus hijos, tomábalos en sus manos, ofrecíalos a Dios y prometía al señor que en cuanto alcanzaran la edad adecuada los consagraría a su servicio en algún monasterio.
De ahí que los siete frutos de sus entrañas, secundando los deseos de su progenitora, a su debido tiempo abrazasen la vida religiosa.
Alicia se encargó personalmente de la crianza y educación de sus hijos hasta el punto de que no consintió que pechos ajenos amamantaran a ninguno de ellos; puso sumo empeño en lactarlos por sí misma y en procurarles a través de la leche maternal con que alimentaba sus cuerpos una nutrición espiritual que desarrollara en sus almas la inclinación hacia el bien y hacia la virtud.
Y a medida que los destetaba, por sí misma también continuaba su misión de nodriza preparándoles con sus propias manos los alimentos que habían de comer.
Mientras los tuvo a su cargo, los acostumbró a conformarse con comidas tan sencillas como las que solían ingerir las gentes de condición humilde.
La mesa de aquella casa más parecía preparada para anacoretas que para cortesanos. De ese modo los habituó a la frugalidad, y poco a poco los preparó para la vida austera que en los monasterios tendrían que llevar.
Durante el tercero de sus embarazos, el correspondiente precisamente al nacimiento de san bernardo, tuvo en sueños una visión que constituyó una especie de presagio acerca del porvenir de aquel niño que llevaba en sus entrañas.
En efecto, soñó que, en lugar de tener en su seno una criatura humana, tenía un perrito completamente blanco en la mayor parte de su cuerpo y pardo en la porción correspondiente al lomo; y que el tal cachorrillo no cesaba de ladrar.
Alicia quedó intrigada de tal manera, que unos días después fue a visitar a un santo varón de Dios y le refirió lo que había soñado.
El venerable religioso, después de oírla, díjole proféticamente:
«Serás madre de un poderoso mastín que defenderá la casa del señor y ahuyentará de ella con sus ladridos a enemigos muy peligrosos. Tu hijo llegará a ser insigne predicador; con la gracia de su predicación medicinal procurará la salud del alma a multitud de pecadores.”
Después de la muerte de su madre, abandonó la casa paterna en 1.113 para entrar en la abadía del Cister (citeaux) junto con treinta jóvenes de la nobleza de borgoña.
En 1.115, el abad san Esteban le envió a hacer una fundación en el valle del Absinto, que san Bernardo llamó Valle Claro (Clara Vallis, Claraval o Clairvaux), de donde bajo la bendición de Guillermo de Champeaux fue abad por espacio de cuarenta años hasta su muerte.
Rodeó a la nueva casa con su rigurosa observancia y atrajo gran número de personas deseosas de santidad, entre ellas a su mismo padre y a cinco de sus hermanos. Ocupando este cargo desplegó una inaudita actividad bajo múltiples aspectos.
San bernardo es la principal figura religiosa y eclesiástica del s. XII, árbitro de los principales conflictos doctrinales y seculares de su tiempo, era un hombre de acción, que viajaba sin cesar por Europa, combatiendo desviaciones heréticas, no cesó de denunciar los abusos eclesiásticos y predicó la segunda cruzada.
También fue un reformador, crítico y fundador de órdenes religiosas, defensor del papado, profundo pensador, teólogo, y escritor; dejó 350 sermones, más de 500 cartas y una serie de opúsculos. Mientras hacia todo esto, gobernaba al mismo tiempo, su abadía de 700 hombres.
Con la llegada de bernardo en el 1.112 se inicia un proceso de rápida expansión e influencia del Císter, siendo, sin lugar a dudas, el S. XII la gran época de los monjes blancos.
Contribuyó en buena medida a difundir las hazañas de los caballeros templarios hondamente preocupado por la situación de oriente, no se cansaba de apostrofar a los caballeros que preferían la molicie cortesana en Europa a las heroicidades en tierra santa.
Apoyó enérgicamente a Hugues de Payns, fundador de la orden del temple, que había venido de oriente en busca de vocaciones, redactó los estatutos de la orden, y consiguió que el papa Honorio II, a comienzos de 1.128, convocara el concilio de Troyes, que presidiría su legado, el cardenal mateo albano.
Asistieron al concilio dos arzobispos, diez obispos, siete abades, dos escolásticos e infinidad de otros personajes eclesiásticos.
La voz que más se escuchó en tan importante asamblea de teólogos y grandes señorías de la iglesia, fue la del abate bernardo, secretario del concilio.
Expuso los principios y primeros servicios de la orden y, luego, supo responder con prontitud a todas las preguntas, mostrando la habilidad propia de un maestro de hombres. Esto permitió la creación y reconocimiento oficial de la orden del temple.
En teología, san Bernardo señala tres grados en el camino hacia dios: la vida práctica, la vida contemplativa y el éxtasis.
San Bernardo tuvo amistades reconocidas como la del cisterciense inglés san Esteban Harding y la del cisterciense irlandés san Malaquias quien murió en sus brazos en Claraval el 2 de noviembre de 1.148.
“Dos cosas hacen un santo de Malaquías» – escribió San Bernardo en su “Malachie Vita” – «una perfecta dulzura y una fe viva”.
Dejó un gran número de escritos: “de Gradibus Superbiae et Humilitatis”, “de Laudibus Mariae”, “Homilias sobre el evangelio Missus Est” (1.120), “Apología a Guillermo de Sant Thierry”, sobre la conversión de los clérigos (1.122), “de Laudibus Novae Militiae”, “los Templarios”, cuya regla compuso (1.129), “de Amore Dei”, libro de los preceptos y dispensaciones (1.131), “de Gratia et Libero Arbitrio”, libro de las consideraciones (1.143): este libro fue destinado por el autor al papa Eugenio III, que fue cisterciense, y contiene instrucciones para el gobierno, sobre todo espiritual, de los Papas, éstos lo han tenido siempre en gran estima; “de Officis Episcoparum”. Además, muchos sermones, centenares de cartas y otros varios escritos.
A la muerte del gran reformador de Claraval, en 1.153, su orden se había extendido notablemente.
Él fundó 163 monasterios en Francia, Alemania, Suecia, Inglaterra, Irlanda, España (en 1.133, a petición de Alfonso VII de Castilla, la abadía de Moreruela, y después la Oliva, Fitero, las Huelgas, Veruela, Santa Creus, Poblet), Portugal, Suiza e Italia.
Cuando finaliza la edad media son 742 los cenobios masculinos y pasan de setecientos los correspondientes a monjas. Las nuevas comunidades mantenían una estrecha relación de dependencia con la casa matriz.
En todas ellas, unas mismas normas y la vigilancia de los capítulos generales hacia que, prácticamente, no existieran excepciones que rompieran la uniformidad de la orden.
San Bernardo representa una figura de gran relieve en la historia de la edad media.
Fue hombre de estudio pero de enérgica acción, que contrastaba con una suavidad y dulzura ilimitadas. Mostró con sus hechos a cuánto puede llegar la actividad humana impulsada por un ideal.
Su abnegación, caridad y humildad, llegaron a un alto grado; fue un contemplativo y un místico, y al mismo tiempo un apóstol infatigable.