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Las pruebas de Milarepa

Las pruebas de Milarepa

“Puedan aquellos que escuchan narrar mi historia recibir innumerables bendiciones y alcanzar la liberación. Y aquellos que emulen mi vida y mediten en ella, puedan encontrarme en la tierra pura del Buda.

Soy Mila buenas noticias. El hombre íntegro que busca el beneficio esencial en esta preciosa vida. Mi cuerpo es un esqueleto, mi carne es verde como una ortiga y mi pelo gris y grueso me cubre como una inundación. Al ver esto mis peores enemigos lloran.

Pero mi conciencia está en verdad en Buda. Viendo esto el Victorioso se alegra.

Aunque mis huesos hayan perforado mi carne en esta fría piedra, yo seguiré perseverando. Mi fiel corazón nunca se separa del Lama Buda de las tres edades”.

El gran yogui Milarepa nació y vivió en el Tíbet entre los siglos XI y XII, en los tiempos en que el islam se difundía por la India, amenazando la continuidad de la religión budista. Su maestro fue Marpa el traductor, quien preservó la esencia del budismo tántrico Mahamudra, de tradición Vajrayana, trayendo al Tíbet la enseñanza renovada de la India.

El maestro de Marpa fue el hindú Naropa, discípulo de Tilopa. En «La canción de Tilopa» encontramos la síntesis de su enseñanza, que transmite a su discípulo. La canción comienza así:

«Mahamudra está más allá de las palabras, Mahamudra está más allá de todos los símbolos, pero para ti, Naropa, de tan buena fe y leal, esto hay que decir: El vacío no necesita soporte; Mahamudra reposa en la nada».

Tras cometer horribles crímenes inducidos por la venganza, el joven Milarepa se arrepiente y desea emprender el camino de la liberación.

Habiendo oído hablar de Marpa el traductor, Milarepa siente el impulso de acudir a él, atormentado por el remordimiento y la búsqueda de religión.

En el camino se encuentra con un monje corpulento de mirada intensa, que le promete arreglar el encuentro con Marpa, pero a cambio le hace labrar sus campos.

Más tarde el hijo del monje le acompaña a un monasterio, donde lo vuelve a encontrar comiendo, sentado entre almohadones.

Al conocer que en realidad el monje es Marpa, Milarepa se postra ante él, reconociendo que es un gran pecador. Le suplica que lo acoja como discípulo y le entregue la enseñanza para obtener la iluminación en una sola vida, a cambio de su cuerpo, sus palabras y su mente.

Marpa se interesa por los pecados que ha cometido, y ante esto Milarepa confiesa sus crímenes:

«En la región de Nya-Gtsa mi madre y yo perdimos a mi noble padre. Poco después toda nuestra fortuna nos fue arrebatada, y a cambio sólo obtuvimos miseria.

Mi madre me dijo entonces que como yo era débil y ni siquiera tenía el coraje para luchar contra nuestros enemigos, era su deseo que aprendiera magia para poder destruir a nuestros tíos y a todos los vecinos que nos habían tratado con tanta crueldad, amenazándome con quitarse la vida si no hacía su voluntad.

Por lo tanto seguí sus deseos, y con la ayuda del lama hechicero Yungton Trögyel obtuve grandes resultados con hechizos al cabo de poco tiempo.

¡Treinta y cinco personas murieron por mi causa, y siete días fueron suficientes para arruinar todas las cosechas!

Mi madre se sintió inmensamente satisfecha, pero yo, torturado por el remordimiento, no podía comer ni dormir.

Por ello fui enviado al Lama Rongton Lhaga para purificarme por mis crímenes. Pero él me dijo: Yo no puedo guiarte hacia la liberación. Ve al valle de Drowo Lung, donde encontrarás el monasterio de Marpa, hijo adoptivo de Naropa, gran santo sin igual. Tú y él tenéis vínculos kármicos desde el pasado, es por ello que debes acudir a él.

El nombre de Marpa me llenó de dicha y ya sólo deseaba encontrarme con él».

Marpa queda pensativo al escuchar la historia de Milarepa, y finalmente acuerda que le dará la enseñanza, pero la comida y el abrigo deberá buscarlos en otro sitio.

Al salir, Milarepa deja su libro de magia negra en la sala, pero Marpa se lo reprocha, ordenándole que se lo lleve lejos de allí antes de que profane los objetos sagrados de su santuario.

Después de esto, Milarepa comienza a pedir limosna por el valle, y semanas más tarde regresa al monasterio con pan de cebada, carne y cerveza, que ofrece a Marpa con fervor.

Pero debido a la fatiga el pan duro cae al suelo con estruendo, y el lama se enoja con él, expulsándole del monasterio, argumentando querer derribar su casa con hechizos.

Tiempo después regresa y ofrece a Marpa su propio cuenco vacío, ante lo cual el lama, con lágrimas en los ojos, le dice que su regalo es un buen augurio que ofrecerá a su maestro Naropa.

Desbordado por la emoción, y anhelando la religión, Milarepa le vuelve a suplicar a Marpa que le transmita la enseñanza y perdone su ignorancia, comprendiendo que la fuente de toda dicha es obedecer al maestro y mantener un vínculo espiritual con él.

Pero el lama le vuelve a reprochar sus crímenes, humillándole con desprecio:

«¿Tú quieres mi enseñanza? ¿Es para compensarte por tus crímenes que viajé yo a la India, con el riesgo de mi vida? Dices que quieres mi enseñanza, que es el aliento vital de las Daikinis, por la cual yo ofrecí oro sin medida. Supongo que estás bromeando. Cualquier otro ya te hubiera matado por ello.»

Milarepa se retira abatido, pero al día siguiente Marpa le busca para disculparse, reconociendo haberse excedido, aunque advirtiéndole que la enseñanza requiere mucha paciencia.

 

«¡Oh, orgulloso Milarepa, nada externo debe alterar tu corazón. No te dejes llevar por la duda o los pensamientos insanos te harán sucumbir! Que tu mente permanezca tranquila, sin distracciones. No estés distraído, sino atento en todo momento, o tu devoción te será arrebatada por el viento… Nunca olvides que lo que beneficia al corazón es nuestro sagrado tesoro.»

Marpa somete a Milarepa a terribles pruebas. Sobre ello diría después:

«Con tal de purificar al gran mago de sus pecados, le probé de muchas maneras. Pero aunque mi ira surgía como el agua desbordada, no era realmente la ira del hombre corriente. Aunque mis acciones podían parecer lo contrario, siempre buscaban las más altas consideraciones espirituales y el camino de la Iluminación».

Milarepa vuelve a suplicar de nuevo a Marpa por la enseñanza, pero éste le fuerza a probar su magia, ordenándole formar tormentas de granizo y lanzar hechizos contra los montañeses que asaltaban a sus discípulos.

Tras pronunciar sus hechizos, los montañeses comienzan a luchar entre ellos, muriendo los más agresivos por la espada. Tras esto el lama reconoce que en verdad Milarepa es un verdadero mago, llamándole desde entonces «gran mago».

Mientras tanto Milarepa se consume por el remordimiento, comprendiendo que está destinado a obtener la enseñanza sagrada a cambio de producir tormentas y acciones perversas.

Al día siguiente el lama le comunica que, como tiene energía para trabajar, es su voluntad que construya una torre al este de la cima de la montaña, dedicada a su hijo Darma Doday. A cambio le transmitirá la enseñanza, obteniendo también comida y abrigo.

Milarepa se preocupa por lo que puede ocurrirle si muere antes de conocer la religión, pero Marpa le garantiza que por el momento no morirá, tratando de confortarle:

«Mi enseñanza se puede expresar en pocas palabras: En mi linaje, la energía de la Iluminación se transmite con una fuerza sin igual. Si puedes meditar con perseverancia, de acuerdo a mis instrucciones, veremos si eres capaz de alcanzar la iluminación en el plazo de una sola vida».

Tras las palabras de su maestro Milarepa recobra los ánimos y la alegría, comenzando a construir una torre circular.

Pero cuando la torre ya está medio acabada, Marpa se la hace derribar y devolver las piedras a su lugar de origen.

Otra vez, pretendiendo haber bebido, el lama le ordena construir una torre semicircular en el lado oeste de la cima de la montaña. Pero cuando la torre está acabada Marpa ordena de nuevo derribarla, alegando que no está bien hecha.

Una vez devueltas las piedras a su lugar Marpa regresa para disculparse por haber bebido, y por tanto no haberle dado las instrucciones precisas. No obstante, después de haberlo pensado detenidamente le manda construir una torre con forma de triángulo que será llamada la torre del yogui tántrico, asegurándole que no será derribada.

 

Cuando aproximadamente un tercio de la nueva torre está ya construida Marpa regresa, preguntándole quién le dio la orden de construirla.

Al responderle Milarepa que fue él quien lo ordenó, Marpa le responde que no lo recuerda, y como no tiene testigos le ordena volver a poner las piedras en su lugar.

Abatido por la pena, Milarepa obedece, soportando con resignación heridas abiertas en su espalda debido al duro trabajo.

Más tarde la esposa de Marpa se acerca a consolarle, y Milarepa, ocultando sus heridas, implora su intercesión para obtener la enseñanza.

Finalmente el lama consiente en darle el triple refugio y los preceptos básicos, norma general para todo principiante. Pero no consiente en entregarle el conocimiento secreto, aduciendo los tormentos y mortificaciones de su maestro Naropa:

«Mi maestro Naropa soportó veinticuatro mortificaciones, doce tormentos menores y doce mayores, cada uno de los cuales sobrepasaban a los tuyos. En cuanto a mí, me entregué por completo a él, ofreciéndole sin dudar mi vida y mi salud. De modo que, si en verdad buscas el conocimiento, sé humilde y continúa trabajando en la torre.»

Ante tales palabras Milarepa siente que su fe vuelve a crecer, prometiendo que soportará lágrimas y dolor para llevar a cabo todo cuanto el lama le mande.

«¡Oh incomparable Lama, quien a los ojos de los buscadores impuros pareces ser un hombre ordinario con diferentes caras. Para los puros eres el Buda Vajradhara; por ello me postro a tus pies! ¡Hijo de Naropa, una y otra vez te ofreceré mi cuerpo, y cualquier cosa que me pidas de entre todos los reinos del universo!»

Días después Marpa acompaña a Milarepa a un lugar en la montaña, donde le pide construir una torre cuadrangular de color blanco, de diez pisos de alto. Esta vez le asegura que la torre no será demolida, y una vez acabada le transmitirá la enseñanza secreta.

Milarepa le pide a Marpa que su esposa sea testigo del acuerdo, pero Marpa se ofende, diciéndole que si no confía en él y cumple sus promesas de obediencia, entonces es mejor que se vaya.

De ese modo Milarepa comienza construir la nueva torre. Cuando dos pisos están ya levantados, llega el lama a inspeccionar las obras. Señalando a una gran piedra en la base de la torre, que sobresalía en una de las esquinas, se interesa por su lugar de origen.

Milarepa reconoce que tres de los discípulos de Naropa le ayudaron en el traslado, por lo cual Marpa le ordena sacarla de allí y devolverla a su lugar. Milarepa le recuerda su promesa de no hacer derribar la torre, pero Marpa alega que no puede recibir ayuda de nadie en su trabajo, y por tanto saque la piedra de la base de la torre y la vuelva a poner en su lugar.

Una vez demolida la torre y devuelta la piedra a su lugar, Marpa ordena a Milarepa volver a colocar la piedra en la base del edificio, haciendo solo el esfuerzo de varios hombres.

Aquellos días un gran lama, Metön de Tsangron, llegó al monasterio buscando iniciación de Marpa. La esposa de Marpa invita a Milarepa a reunirse con el recién llegado y obtener su enseñanza, pero al llegar Marpa y ver a Milarepa sentado entre sus discípulos, le recrimina severamente y lo expulsa de la sala.

Tras esto, Milarepa desea la muerte, dudando si la actitud de Marpa se debe a que conoce que no será capaz de practicar el Dharma como el resto de sus discípulos, debido a sus graves crímenes; o es simplemente su falta de compasión y desprecio hacia él.

«Oh Milarepa, de corazón puro, a través de los reproches de tu maravilloso lama la realización llegará, por tanto aparta toda duda de ti y que tu mente se serene y tenga paz; y reza día y noche a Aquel que conoce las alegrías y dificultades de los mendicantes».

Al día siguiente Marpa visita a Milarepa y le asegura que si finaliza la torre por completo le entregará el conocimiento secreto, pero hasta entonces no obtendrá nada de él.

Viendo las heridas en la espalda de Milarepa, Marpa pensará, ocultando sus lágrimas:

«Realmente no hay discípulo más leal y de mayor corazón que el gran mago. Su entrega y sumisión a todo cuanto se le ordena es extraordinaria.»

Sin embargo Milarepa no cree que esta vez Marpa vaya a cumplir su palabra y decide abandonarle, yendo en busca de la iniciación en otro monasterio.

Pero Marpa ordena traerlo de vuelta y le reprocha duramente su decisión de dejarle, recordándole que al llegar ofreció entregar su vida a él, y por tanto podría cortar su cuerpo en cientos de pedazos si lo deseaba.

Milarepa vuelve a caer en el desespero; en lugar de la enseñanza recibe tan solo golpes y palabras abusivas. Sin embargo, siguiendo el consejo de la esposa del lama regresa al trabajo, temblando y sollozando.

«Oh, Ser compasivo, clemente con todas las criaturas. Soy culpable de terribles crímenes. Soy en efecto el responsable de mi propia miseria. Pero los mundos inferiores son infinitamente peor que mi propia miseria. Me postro a tus pies. Sé Tú el soporte de este mendicante que no tiene ninguna otra protección, y bendíceme para que pueda absorber las verdades de Tu enseñanza.»

Otro día Milarepa regresa al monasterio con una joya que en secreto le ofrece la mujer de Marpa, con la cual espera que el lama le acepte. Pero Marpa reconoce la joya, asegurando que es suya, y por tanto no puede pagar con ella el precio por la enseñanza. Esperando la intercesión de la esposa de Marpa, Milarepa permanece en la sala, por lo cual Marpa le recrimina su insolencia, le golpea con furia y le expulsa del recinto.

Milarepa no resulta herido, pero se siente humillado y aterrado. Se pregunta si vale la pena seguir viviendo en un cuerpo que sin la ayuda del dharma sólo será capaz de acumular pecados.

 

El siguiente día Marpa manda a buscar a Milarepa y le pregunta si está molesto por haberle sido negado el conocimiento, y si por ello su corazón alberga pensamientos negativos contra él.

Milarepa le responde que tiene fe en el Lama, y que sabe que está en tinieblas debido a sus pecados, pero al verle llorar Marpa le reprocha que sus lágrimas son un pretexto para obtener beneficio por medio de la compasión, y lo vuelve a expulsar de la sala.

Ante esto Milarepa decide abandonar el monasterio en secreto, buscando la iniciación en otro lugar.

Más tarde, cuando Marpa descubre que Milarepa se ha marchado, su rostro se ensombrece y comienza a llorar. A continuación cubre su cabeza con su manto y comienza a rezar por su regreso:

«Lamas de la orden de Gagyu, Daikinis y dioses protectores, traedme de vuelta a mi predestinado hijo».

No teniendo donde ir, Milarepa regresa, pero tras otra discusión con Naropa decide marcharse de nuevo, con la complicidad de la esposa de Naropa. La mujer le recomienda ir en busca del lama Ngopka y ofrece a Milarepa varias joyas, con las que podrá pagar su enseñanza.

Pero a pesar de ello el lama Ngopka, conociendo que Milarepa ha dejado el monasterio sin permiso y desobedecido las órdenes de Marpa, se niega a darle la iniciación, aconsejándole regresar a él.

Poco después Marpa envía una invitación a Ngopka, en la cual añade: «Trae contigo de vuelta a cierto malhechor que me pertenece». De modo que, aunque aterrado, Milarepa acepta regresar con el lama a Drowo Lung.

El joven se desespera, pensando que por su culpa el lama Ngopka y la esposa de Marpa tendrán problemas; y al no ser capaz de obtener el conocimiento, su cuerpo tan sólo será capaz de acumular pecados.

Por tanto decide quitarse la vida, con tal de volver a nacer con un cuerpo adecuado para la religión. Pero el lama Ngopka le convence para no hacerlo, alegando que el suicidio es uno de los peores pecados que puede cometer.

Ngopka envía un emisario a Marpa diciéndole que teme una tragedia si no permanece junto a Milarepa.

Ante esto Marpa dirá: «En el pasado habría sido diferente, pero ahora el gran mago será tratado como el invitado principal. »

Marpa llama a su esposa y le pide que vaya al monasterio y traiga a Milarepa de vuelta. Cuando la mujer llega al monasterio de Ngopka le pide a Milarepa que regrese, ya que Marpa se siente profundamente movido por la compasión, y según dice, el gran mago será desde hoy, su principal invitado.

Milarepa duda si lo que escucha es cierto, pero aun así, lleno de temor, decide regresar junto a la mujer y el lama Ngopka.

Cuando comparecen ante Marpa, el Lama les dirá:

 

«Ninguno de vosotros es culpable de ninguna falta: el Gran Mago deseando obtener el dharma por todos los medios posibles, Ngopka por su sinceridad, y mi esposa por su excesiva compasión. Los discípulos del camino secreto deben ser así, y mi corazón estará siempre con ellos.»

Dirigiéndose a Milarepa le revelará:

«Yo ya sabía desde el primer momento que eras capaz de obtener la enseñanza. Mi maestro y dios guardián te envió a mí para convertirte en mi discípulo. La noche anterior a tu llegada tuve un sueño: mi maestro Naropa apareció en él, sosteniendo un delicado vajra hecho de lapizlázuli, un poco empañado, que me ofreció diciendo:

«Limpia la suciedad del vajra con el agua de la purificación y colócalo en lo alto de la bandera de la victoria.»

Tras hacer cuanto me dijo el brillo del vajra se intensificó, iluminando por completo el universo. Todos los seres de los seis niveles fueron liberados de sus penas, y sus corazones se llenaron de amor y alegría.

Entonces Naropa cerró sus ojos, inclinó tres veces su cabeza y dijo: «Oh, gran maravilla, en la oscura tierra del Tíbet este discípulo es como el Sol elevándose sobre las nieves». Y diciendo esto, se desvaneció.»

Marpa continúa diciendo que, habiendo Milarepa completado nueve grandes tormentos sus graves pecados han sido borrados con las aflicciones padecidas por su cuerpo y su mente, y podrá ser capaz de obtener la iluminación en esta vida. Por lo tanto desde ese momento le dará a Milarepa su enseñanza, a la que ama tanto como a su propio corazón.

Marpa impone sus manos sobre Milarepa y le transmite los preceptos del Bodhisshatva. Tras ello da a su discípulo el nombre de Mila Vajra Bandera de Victoria, revelado en sueños por su maestro Naropa, y le da a beber en su propia copa el vino de la ofrenda interna.

Ante todo ello Milarepa se siente conmovido, dudando si aquello es un sueño o está despierto.

Lleno de fervor y felicidad se postra ente su maestro, mostrando su agradecimiento, del que ahora no duda que es un Buda viviente.

 “La fe es el firme cimiento de mi hogar, la diligencia forma las altas murallas, la meditación hace las grandes piedras, y la sabiduría es la piedra angular. Con estas cuatro cosas construí mi castillo, y durará tanto como la vida eterna.”

Tras separarse de su maestro, Milarepa permanece largos años en las cuevas de las montañas, meditando sobre la dura roca sin apenas alimento hasta alcanzar la iluminación y altos grados de conocimiento espiritual.

Como consecuencia obtiene facultades para levitar, obtener calor durante el frío invierno, comunicarse con animales, genios y espíritus de las montañas…

Vaga también mendigando por los valles y aldeas, compadeciéndose por los que se compadecen de él, haciéndoles ver que a pesar de su aspecto y condición él es el afortunado, ya que todo en lo que basan su vida es transitorio y no perdurará.

«Soy Mila Vajra el victorioso. Nacido el más afortunado de los hombres; porque he conocido al Lama Marpa de los acantilados del sur. De quien he recibido iniciaciones y completas instrucciones para obtener el estado de Buda en esta misma vida. 

A través del ardiente sol de su amor y del vino de la perfecta sabiduría, que él me ha dado a beber para mi profunda dicha, el loto de mi corazón se ha abierto, y su perfume propaga mi inmensa gratitud y respeto. 

Él me dijo: A ti te he dado todo sin ocultar nada, como una jarra que se ha vaciado por completo. Mis enseñanzas están en tus manos, hijo mío. Puedan ellas extenderse como las hojas, las ramas y los frutos, sin llegar a pudrirse, dispersarse o perderse».

“Soy Milarepa, un ermitaño tibetano que alcanzó su meta. El dharma es tan efectivo que incluso un gran pecador como yo puede obtener el estado de Buda en esta vida con un solo cuerpo. Conseguir lo mismo que yo es posible para cualquier hombre ordinario con gran perseverancia. A través del poder de la compasión y confiando en la ley del dharma pude vencer a los demonios. Y sobre todo, siguiendo las instrucciones del compasivo Marpa, padre protector de todos los seres.”

Milarepa es el autor de «Las cien mil canciones», poemas y enseñanzas que transmitía tanto a sus discípulos y estudiantes como a aldeanos y montañeses, pero también a animales, espíritus y demonios.

Tanto la vida de Milarepa como sus cantos fueron recopilados por sus discípulos y seguidores, a la vez que se han transmitido por vía oral por el pueblo del Tíbet. Su principal discípulo y sucesor fue el físico Gambopa (1079-1161), quien organizó la enseñanza con exposiciones teóricas y prácticas experimentales.

La vida de Milarepa ha sido comparada con la de San Francisco de Asís, por la sencillez de su vida y su enseñanza, por su gran devoción y amor hacia todos los seres, que su propio pueblo también le profesa.

Fragmento del «Los cien mil cantos de Milarepa»:

Hijo mío, cuando aparezca en tu mente

el reino que está más allá de la palabra

no consientas las charlas,

no sea que te vuelvas orgulloso y locuaz

arrastrando así los reclamos mundanos.

Es importante ser humilde y modesto.

¿Entiendes, venerable monje de Weu?

Cuando dentro de ti aparezca la autoliberación

no te comprometas en lógicas y especulaciones,

no sea que te envuelvas en actividades sin sentido;

hijo, descansa sin pensamientos vagabundos.

¿Entiendes, venerable monje de Weu?

Cuando contemples la naturaleza vacía de la mente

no la analices como una o como muchas,

no sea que caigas en el vacío de la aniquilación;

hijo, descansa a tus anchas,

en la esfera más allá de las palabras.

¿Entiendes, venerable monje de Weu?

Cuando practiques el Mahamudra

no practiques actos virtuosos de boca o con el cuerpo,

no sea que se desvanezca la sabiduría de la no distinción;

hijo, descansa a tus anchas en el estado del no hacer.

¿Entiendes, venerable monje de Weu?

Cuando se abra la revelación y la profecía

no te engrías ni te sientas eufórico,

no sea que te defrauden presagios demoníacos;

hijo, descansa a tus anchas en el estado del no apego.

¿Entiendes, venerable monje de Weu?

Cuando observes tu mente con penetración

no remuevas las pasiones ardientes ni el apego

no sea que te posea el demonio del deseo;

hijo, descansa a tus anchas y sin esperanza.

¿Entiendes, venerable monje de Weu?

El Mahamudra o gran símbolo es en definitiva el gran vacío que todo lo sustenta. La conciencia de Alaya es el no ser del Taoísmo, el Absoluto inmanifestado del que todo procede, donde se absorberá el universo al final del Mahavantara.

Del mismo modo, el vacío de la mente con la perfecta concentración y devoción con el Buda interno nos conduce a la iluminación o vacío iluminador, donde experimentamos la realidad y la unidad de todo lo creado.

Terminaremos con unas palabras del V. M. Samael Aun Weor, sobre las consecuencias del karma y el vacío iluminador:

“Ha llegado la hora de entender amigos míos, que mediante la conciencia despierta es posible dar el gran salto para caer de lleno en la Gran Realidad de la vida libre en su movimiento, más allá de esta maquinaria dualística y espantosa de la relatividad.

Todos nosotros somos víctimas de la ley. El karma cae sobre cada uno de nosotros como un rayo de venganza. Erramos y volvemos a errar y el karma nos castiga y nos vuelve a castigar. Estamos en un mundo de causas y efectos. Cada palabra dura, por ejemplo, que nosotros pronunciemos caerá más tarde sobre nosotros como un rayo de venganza. Hacemos mal y recibimos el mal y no hay efecto sin causa ni causa sin efecto. 

Existe la maquinaria de la relatividad, en toda esta maquinaria de la relatividad todo se procesa de acuerdo con la ley de causa y efecto, todo este encadenamiento terrible de causas y efectos nos tienen esclavizados en este valle de amarguras, en esta corralera cósmica.

 

En este mundo de asociaciones y combinaciones lo único que existe es el dolor. Necesitamos salirnos de este mundo de combinaciones y dar el gran salto para caer entre el seno del vacío iluminador y posteriormente entrar en la gran realidad, en la talidad, en la vida libre en su movimiento. Mas esto no sería posible si no nos auto-exploráramos profundamente para descubrir nuestros defectos psicológicos: ira, codicia, lujuria, envidia, orgullo, pereza, gula, etc. Son múltiples los defectos que en nuestro interior cargamos, y cada uno de éstos es cabeza de legión.”