Los celtas y su entorno mágico

Los celtas y su entorno mágico

Los restos celtas más primitivos se atribuyen a la cultura Hallstatt (Austria), sobre el 800 a 450 a. C., aunque ya bastantes siglos antes comenzaron sus migraciones por toda la Europa noroccidental, desde algún punto del suroeste de Alemania. Se distinguen claramente de los pueblos del Mediterráneo y de los del este del Rhin, por sus costumbres, religión y organización social. Se les encuentra mucha similitud con las tribus indoeuropeas que anteriormente ocuparon el valle del indo, en Asia; tanto lingüística, como de tipo organizativa y religiosa. Tenía especial importancia la estrecha relación entre maestro y discípulo, característica en la religión hindú.

Los celtas llegaron a abarcar un amplio territorio en el occidente y centro de Europa, poblando Gran Bretaña, Irlanda, Francia, Bélgica, Europa central y norte de España. Sin embargo, los monumentos megalíticos (menhires, dólmenes, cromlechs), a los que ellos dedicaron culto y veneración, ya se encontraban allí antes de su llegada. Testigos impasibles de una raza perdida, de gigantes desaparecidos en el tiempo y la leyenda, estas piedras de enorme tamaño y sorprendente equilibrio, fueron recuperadas por los sacerdotes celtas, los druidas, dignos herederos de su poder, lo develaron y lo accionaron acertadamente, en un mundo mágico donde el misterio se encontraba siempre presente.

Culto a la Naturaleza

Los celtas adoraban a los elementos de la naturaleza y al gran espíritu (dis pater), del que todos afirmaban descender. Dedicaron especial culto a las aguas (ríos, fuentes, manantiales…), y no es extraño encontrar pozos sagrados que todavía hoy persisten desde aquellos tiempos. Otra veneración esencial la constituían los árboles y los bosques, fecundados por el agua primordial. Los ocho árboles nobles y de mayor poder mágico eran: abedul, aliso, sauce, roble, serbal, avellano, manzano y fresno; siendo el roble el más sagrado, y según Plinio el viejo:

«Los druidas tienen los santuarios en los robledales, y no efectúan ningún rito sagrado sin hojas de roble. Creen que la presencia del muérdago revela la del Dios sobre el árbol que lo tiene».

Todos los celtas tenían conciencia de un mundo sobrenatural o etérico entrelazado e intercomunicado con el físico, y poblado de seres (elementales de diversa clase). Estos podían manifestarse tanto en el plano material como en los sueños, y a veces se mezclaban en las acciones de los hombres. Resulta fácil comprender que la íntima convivencia con la naturaleza y el poco desarrollo intelectual permitían a aquellos pueblos mantener su clarividencia en un estado más activo que los de la actual civilización. En Irlanda, ésta región paralela a la física se conoce como el Sidh, y también sus habitantes son conocidos como los Sidh, los cuales eran difíciles de ver debido a las impurezas del mundo. Estos personajes serán conocidos más tarde, tras la llegada del cristianismo, como hadas y duendes que llegaron a nuestros oídos en forma de cuentos, donde todavía podemos sentir en ellos cierta conexión con la antigua religión. Los celtas del continente adoraban diversos animales; el caballo, el cuervo, el toro y el jabalí eran los más frecuentes, siendo el toro al parecer el de culto más difundido. Ellos se identificaban con el espíritu ancestral que regía la tribu. La naturaleza sagrada de los animales se refleja en historias de transformaciones y cacerías mágicas en Gales.

Dioses y Leyendas

Al enigmático Dis Pater, del cual descendían todos los celtas, quizás se le podía comparar o asimilar con otro dios extraño; se le representa con cabeza de ciervo y lleva el nombre de Cernunno (el dios astado). Suele aparecer con tres cabezas o junto con otras dos divinidades, en alusión posiblemente a las tres fuerzas primarias de la creación.

La diosa madre o madre tierra también es representada generalmente en forma triple, lo que nos recuerda a los diferentes aspectos o manifestaciones de la Divina Madre Kundalini. La diosa es generosa, pero también despiadada. Ella preside el nacimiento, la vida y la muerte. Estas combinaciones se conocían en lrlanda como Morrigán, Macha y Badh; correspondiéndole a Perséfone, Deméter y Hécate en Grecia.

Hércules o Heracles el Cristo griego, aparece también bajo diversas formas en la tradición celta. El irlandés Dagdá, el buen Dios, con su maza que puede dar o quitar la vida, su atuendo hecho con la piel de un animal salvaje, se asemeja mucho con él; al igual que la figura del gigante Cerne Abbas, en Inglaterra. Otro dios interesante fue Lugh, dios del Sol, alrededor del cual gira la idea de que los seres humanos son los guardianes del planeta, y que la Tierra pertenece a toda la tribu, y por poderes a la divinidad.

Existe una historia sobre Lugh, en la que un guerrero valeroso muere tres días, quien en estado de bardo (estado superior de la conciencia) puede ascender por los tres mundos místicos celtas: de su cuerpo terrestre al espiritual, y finalmente a la radiante luz del alma, en la que el mismo dios Sol se le manifiesta. Otras representaciones usuales son las de Jano, maestro de los estados jinas, y característico también en otras culturas. Era dios de la guerra, además de simbolizar el poder protector de la tierra. A veces se encuentra esculpido como una cabeza con dos caras que miran en dirección opuesta, relacionadas con el héroe humano la una y con el arquetipo divino la otra.

Tras la invasión romana de la Galia se asimilan dioses romanos o helénicos, y se constituye un panteón antropomórfico galo-romano.

De más allá de las tierras celtas y del mar, al occidente, recordándonos la muerte, nos llegan leyendas del paraíso celta, denominado Mag Meld (llano de la alegría) o Tir Nan Og (tierra de la juventud). En él sus habitantes no envejecen y viven en felicidad; las flores eternas cubren sus praderas y sus ríos son de miel. Esta tierra, que tiene mucha similitud con el país de los hiperbóreos, era lugar de reposo para héroes y dioses difuntos, para los que consiguieron morir en sí mismos y tener acceso a los reinos superiores de la naturaleza, o nirvánicos. Hay muchas alusiones sobre las misteriosas islas de los bienaventurados y las magníficas tierras que se hundieron bajo el mar; así como referencias al diluvio universal, comunes entre gran cantidad de culturas antiguas. Los viajes fantásticos por mar son frecuentes. De uno de ellos recogemos el fragmento de una canción sugerente esotéricamente:

«… No caigas en su lecho de pereza, no dejes que la embriaguez te venza, emprende un viaje por mar».

Los Druidas

Julio César, al escribir sobre el clero de las Galias lo divida en tres grupos:

«Los vates practicaban la adivinación y estudiaban filosofía natural; los bardos relataban en verso las grandes hazañas de sus dioses; los druidas se ocupaban de la adoración divina, la correcta celebración de sacrificios y la interpretación de cuestiones rituales».

El druida era chamán, sacerdote, poeta, filósofo, médico, juez y profeta. Para alcanzar el grado de druida se necesitaban largos años de preparación y dedicación. Finalmente, el aspirante estaba preparado para estudiar encantamiento, adivinación y magia.

La escritura se consideraba innecesaria y las enseñanzas se transmitían y se memorizaban oralmente. Las adivinanzas y juegos de palabras muy usuales. Todo esto permitía sin duda desarrollar ampliamente la imaginación y la intuición.

Se dice que los druidas fueron los primeros en estudiar filosofía. El escritor griego Sotian los comparaba con los magos persas y los brahamanes hindúes.

Como antes apuntamos, los druidas eran conscientes de la fuerza y significado de aquellas rocas misteriosas (monumentos megalíticos) dispuestas en lugares concretos donde las energías terrestres o corriente telúrica fluían con más intensidad. Ya sugieren algunos autores, que los druidas entendían el significado astronómico de formaciones como Stonehenge, Avebury y Carnac, entre otras.

Con toda seguridad, de entre estos misteriosos magos surgieron grandes maestros que comprendieron la religión universal y lograron la liberación, transmitiendo sabiamente sus enseñanzas durante muchos siglos.

Lamentablemente, gran cantidad de druidas perecieron en la Galia ejecutados por sus conquistadores romanos, para consolidar su dominio y sus leyes.

Arturo y la Nueva Religión

Capítulo aparte y que no trataremos ampliamente merece el ciclo de leyendas sobre el rey Arturo y el Santo Grial, en las que ya la religión cristiana se implanta en toda Europa. Parece que comenzó esta serie tras la invasión sajona a Inglaterra (450-510), y se enriqueció bajo la influencia continental.

De claro contenido esotérico, en estos relatos Arturo se nos muestra como el héroe solar en lucha contra los poderes de las tinieblas y en busca del Santo Grial, única esperanza para recobrar la fuerza y recuperar el reino perdido. Si bien el grial se nos presenta como un elemento cristiano, se encuentran también en la mitología céltica calderos talismanes mágicos dotados de propiedades maravillosas, que los dioses codician y se roban mutuamente, y que simbólicamente tienen significado semejante al de la copa sagrada.

Merlín, el maestro interno, es otro de los elementos clave de esta historia, y posiblemente uno de los últimos druidas, que dejaban paso a una nueva concepción del mundo: el cristianismo, justo en el momento en que comenzaba a surgir allí precisamente la quinta subraza de la actual raza aria. De todos modos, en algunas zonas aisladas geográficamente (como Irlanda y el noroeste de España), el cristianismo no logró desligarse por completo de la antigua religión, y todavía se percibe en ellas el aroma de su misterio, acrecentado por un paisaje que parece sumergirnos dentro de mundos encantados, habitados por extrañas criaturas.