ciag castillo-montesa-1

La Orden de Montesa

La orden de Montesa

Geografía e historia de Montesa

El valle de Montesa, en la provincia de Valencia, limitado a la derecha por los montes de Serra Grosa y al lado opuesto por la sierra de Enguera, se extiende desde el puerto de Almansa hasta Játiva en una distancia de 30 kilómetros por 4 de anchura máxima. Lo atraviesa en toda su longitud el río de su nombre.

El suelo de margas terciarias, cubiertas por tobas calizas y otras formaciones modernas, configura un terreno arbolado por algarrobos, pinos, sabinas, enebros… y alfombrado por tomillo, romero, marrubio, etc. Las zonas más áridas han sido destinadas a pastos y las más fértiles al cultivo de cereales, legumbres, olivos, vides y pequeñas huertas.

Entre sus poblaciones se cuentan Fuente de la Higuera, Mogente, Vallada y Montesa.

Montesa está situada al mediodía y en la falda del monte septentrional del valle a bastante altura. Tuvo una relativa prosperidad hasta que a principios del siglo XVIII, en medio de las guerras de sucesión monárquica, sus pobladores se mostraron leales y partidarios del rey Felipe V, y por eso la villa fue quemada y asolada por los contrarios. Poco después, a mitad de siglo, vino un espantoso terremoto que causó el derrumbe y la ruina de la zona.

La villa de Montesa que existía antes de la invasión musulmana (en sus alrededores hay restos de un poblado íbero), fue conquistada en 1277 por Pedro III, rey de Aragón, Cataluña y Valencia, y repoblada en 1289 por Alfonso III. Se establecieron 120 familias aragonesas que compraron a la Corona las casas, montes, valles, aguas y vegetales del término. Con todo, los moros sublevados en Valencia, se apoderaron de ella otra vez en 1314, pero pronto volvió a ser cristiana, y en 1318 Jaime II, rey de Aragón y Valencia, la erigió en cabeza de la Orden Militar de Montesa, cuya fundación acababa de obtener del Sumo Pontífice.

La Orden Militar de Montesa

Las órdenes militares de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa, fueron las más importantes y predominantes en la España de los siglos XIV y XV.

Se formaron para luchar contra los moros, durante la Reconquista, y asegurar el orden, protegiendo a los peregrinos y desvalidos. Las órdenes militares perdieron gran parte de su razón de ser una vez expulsados los árabes de España y asegurado el orden interno para la monarquía. Esto y la desconfianza que su inmenso poder suscitó fue causa de que la Corona solicitara de la Santa Sede poder incorporarse los maestrazgos.

En el Reino Valenciano, la Orden de Montesa vino a sustituir a la rica y noble Orden de los Templarios, que fue abolida en el año 1312 en el Concilio de Viena por el Papa Clemente V.

Por aquel tiempo era rey de Aragón y Valencia D. Jaime II, quien solicitó al pontífice Clemente V la creación de una nueva orden que defendiera su reino. Clemente V no vio esto con buenos ojos y no lo aceptó, pero poco después, murió y su sucesor Juan XXII, en 1317, aprobó la creación de la orden de caballería de Nuestra Señora de Montesa, con el objetivo de combatir a los musulmanes que invadían con frecuencia las costas valencianas.

Se les hizo entrega de los bienes que habían poseído la orden del Templo de Salomón y la orden hospitalaria de San Juan en el Reino de Valencia.

Celebró la recién creada Orden de Montesa su primer Capítulo solemne el domingo 22 de julio de 1319, en presencia de Don Jaime II, que se hallaba con su corte en Barcelona. Se estableció por cabeza y casa principal de la orden la villa de Montesa, que antes perteneció a los Templarios, de donde tomó el nombre.

Los que primeramente ingresaron en la orden de Montesa fueron diez caballeros de Calatrava, que elaboraron nueva Regla y Estatuto. Las órdenes militares de Nuestra Señora de Montesa como la de Calatrava y los Templarios, siendo verdaderas órdenes religiosas adoptaron la regla del Cister, gozando todos los privilegios, gracias y exenciones concedidas a la Orden del Cister.

La primera divisa fue una cruz flordelisada negra por concesión de Clemente VII, el 5 de agosto de 1393. En 1400 al incorporarse a ella la orden militar de San Jorge de Alfama, fundada por Pedro II en 1201, pasó a llamarse orden de Nuestra Señora de Montesa y San Jorge de Alfama, y dejó la mencionada insignia tomando la cruz llana de gules, roja, de San Jorge. Esto más adelante seria cambiado de nuevo, adquiriendo la cruz roja en el centro y flordelisada negra en los extremos. Esta cruz la ostentan los caballeros de Montesa actuales en medallas, sobre el pecho en el uniforme, y al costado izquierdo en el manto capitular, que es blanco.

El primer maestre de Montesa fue D. Guillén de Eril el 22-7-1319 (fue maestre sólo 75 días). La orden tuvo 14 maestres hasta el año 1587, en que el maestrazgo fue incorporado a la Corona, en el reinado de Felipe II. Desde entonces son grandes maestres y administradores perpetuos los reyes de España, y es actualmente una distinción meramente honorífica.

El castillo de Montesa

El fortificado monasterio o castro monacal de la Orden caballeresca de Montesa, encumbrado a 340 metros de altitud, son los gloriosos restos de la fusión del espíritu guerrero y de la humildad mística, de castillo feudal y de convento. Por tanto, no debe tomarse este recinto como los restos de una fortaleza vulgar; sus muros de piedra están llenos de historia y misterio.

La Orden de Nuestra Señora de Montesa tuvo su asiento en el castillo de Montesa, conquistado a los sarracenos por el rey Pedro III.

Pedro III era hijo de Jaime I el Conquistador; a la muerte de éste, en 1276, obtuvo una tregua con los caudillos moros y se trasladó a Zaragoza a recibir la corona; pero viendo, que la tregua concordada tocaba a su fin, volvió a Valencia, desde donde hizo un llamamiento a sus vasallos para que vinieran a ayudarle en esta empresa de pelear contra los moros, reuniéndose en Alcira más de mil setecientos hombres procedentes de Morella, Peñíscola, San Mateo, Onda, Castellón, Burriana y otros, que en unión de las huestes de Don Pedro, formaron un ejército de treinta mil hombres, que se dirigieron contra Montesa, en cuyo castillo se habían hecho fuertes los moros. El rey puso cerco a la villa, que después de un duro asedio, fue tomada por D. Pedro en 1277.

Montesa con su castillo quedó bajo la guarda de los Templarios, mas al ser estos fueron abolidos, Jaime II instituyó una nueva orden que tomó el nombre del lugar y el castillo como su casa principal.

El castillo corona el monte situado al norte de la villa. Remata la cima de un peñasco que destaca en la cumbre montañosa. El arte de los hombres aprovechó y añadió nuevas fuerzas a la formación rocosa natural del lugar. Sobre la misma roca asentaron las bases del castillo, sus formidables y gruesos muros subían sobre los cortes del monte, dejando un solo paso por un puente levadizo sobre un foso de 18 varas (15-16 m).

En un flanco perduran tres escudos góticos: el real de Aragón, el de la Orden cruzada y el del Gran Maestre que edificó el castillo de estilo gótico.

Las obras comenzaron el día 8 de marzo de 1335, terminando el 3 de abril de 1338. Después de hacer el refectorio, el horno y el muro exterior del convento, se comenzó la construcción de la iglesia.

La iglesia de la orden estaba en la planta baja, era una amplia edificación, de piedra de sillería, como todo el castillo. Al frente tenía el altar mayor de madera dorada, contaba con diversos cuadros de santos de la orden, entre ellos dos de gran tamaño de san Jorge y san Jaime.

Detrás del altar estaba el coro, con sillería de madera de cedro tallada, con unas sillas de brazos más elevados para el maestre y los dignatarios. El titular del altar era la Santa Cruz, pero años después se cambió por la Madre de Dios. La iglesia contaba también con algunas capillas.

Saliendo de la iglesia a la izquierda estaba la sala capitular. En esta sala había un armario donde se guardaban las reliquias. Junto a la sala capitular se encontraba el claustro bajo. Detrás de la iglesia estaba la entrada de una de las prisiones. Al lado de la iglesia, en la planta alta estaba la cocina y el refectorio. De una pieza contigua al refectorio partía una mina o paso subterráneo que iba a parar a un despeñadero.

En el claustro alto, al lado de la torre y con paso a la iglesia, estaba la habitación del maestre.

Además de estas dependencias, el castillo tenía bodega, aljibes, archivo, biblioteca, patio de armas, cuadras, etc.

El castillo de Montesa era formidable en su tiempo, en su plaza de armas, se dice, que podían formar 2.000 hombres. Viciana lo calificó de muy principal en el reino de Valencia, con iglesia bien aderezada de retablos, coro y servicios; casa monástica con muchos es espaciosos aposentos, tres aljibes y un claustro con cipreses y naranjos; y sus muros de piedra pulida, de 14 palmos de espesor, con troneras y herradas puertas. Otro antiguo cronista añade que en la cerca del formidable castillo estaban el palacio del maestre, el convento, la iglesia y otros edificios.

Un sábado, que fue el día 23 de marzo de 1748, después de repetidas y furiosas lluvias, a las seis y cuarto de la mañana, tembló con fuerza el monte desquiciando aquel soberbio edificio, se desplomaron las paredes, cayeron los techos, y se levantó una espesa nube de polvo, que anunció la desgracia a los pueblos vecinos. Durante días los temblores continuaban y se sucedían aunque de poca fuerza. El día 2 de abril se renovaron los temblores con increíble fuerza y siguió la inquietud en la comarca durante dieciocho meses hasta que la tierra recobró su antiguo estado. Desde aquella época han sido ligeros los temblores que siguen dejándose notar de cuando en cuando.

Las rápidas y fortísimas sacudidas sísmicas, con las que se vino abajo el colosal edificio, sepultaron a dieciocho personas y muchas otras se salvaron descolgándose con cuerdas por las altísimas murallas. Numerosas brigadas se dedicaron, después, a la busca de las víctimas y desentierro de reliquias y objetos valiosos del castillo desplomado.

La Naturaleza, tras el seísmo, se mostró piadosa cubriendo la herida y el misterio de la fortaleza con la silvestre vegetación de hiedras y zarzales; sin embargo la incultura y la codicia prosiguieron devastando el lugar los siguientes siglos.

Hasta hace poco, el aspecto de la fortificada meseta era de lamentable desolación: informes montones de ruinas, circundados por truncados paredones, descarnados del revestimiento de labrados sillares, que el vecindario fue arrancando para sus edificaciones particulares. Aun cuando la Naturaleza, después del seísmo, se mostró piadosa cubriendo la fortaleza con la silvestre vegetación de hiedras y zarzales, la incultura popular prosiguió devastando el lugar los siguientes dos siglos.

En el año 1926, el castillo, o sus ruinas, fue declarado monumento nacional. Poco después, al fin la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valencia, con su departamento de Arqueología, hizo cambiar en breve tiempo el desolador abandono del lugar; emprendiendo unas acertadas excavaciones, y desenterró el castillo monástico de los 3 ó 4 metros de escombros que lo cubrían. Apareció de nuevo el claustro que rodeó al jardín central, el templo colindante, la sala capitular y otras dependencias como portales, corredores, sótanos, calabozo, aljibe y escaleras; desenterrando basas de columnas, dovelas, claves, blasones, gárgolas, pavimentos, lapidas, fustes, florones, azulejos y otros restos interesantes, entre cerámicas fraccionarias, metales, huesos humanos, etc.

De entre estos hallazgos arqueológicos destaca la clave-dovela central, esculturada con un ángel cuyas alas convergían en la ojiva de la puerta o ventanal de la sala capitular. El ángel aparece con el escudo monacal de Montesa: una cruz flordelisada en sus cuatro extremos, que además aparece en el florón desenterrado de la abovedada crucería de la misma sala y en la macolla o capitel de la pila gótica del agua bendita, trasladada a la parroquial del pueblo.

Interesante también es la lápida sepulcral de maestre Berenguer Martí, fallecido en 1409, cuyo texto valenciano, en caracteres góticos dice:

«Açi yau lo molt reverent freire Berenguer Marti, maestre qui fou de Montesa. Any a Nativitate Domini MCCCCIX.»

En 1948, para conmemorar el segundo centenario del terremoto que asoló el formidable castillo, se celebraron en el palacio de la Diputación de Valencia conferencias y una exposición con planos, fotografías, objetos y restos arquitectónicos descubiertos en las excavaciones de Montesa. De forma intermitente se han continuado los trabajos arqueológicos para reedificar parte del claustro y otras dependencias, así como la carretera de acceso, puente y puerta de entrada al castillo montesiano.

No cabe duda que el castillo de Montesa fue grandioso y recio como lo siguen pregonando sus ruinas.

La Piedra Oscilante

El erudito escritor del siglo XIX, Antonio José Cavanilles realizó varios trabajos de campo en la zona de Montesa. De sus estudios rescatamos el siguiente párrafo:

“Al poniente de la población se ve una peña cónica, que en la cuesta del monte se levanta como 30 palmos. Su punta en peso de 5.000 quintales está separada de la parte inferior, y sobrepuesta de tal modo, que cede y vibra a cualquiera impulsión.

No pude yo moverla con un dedo, como me lo habían asegurado, y fue preciso empujarla con la mano. Cedió entonces, y balanceó aquella enorme masa, temblando las matas y arbustos que sostiene.

Llámanla allí la piedra encantada, por la facilidad de ser movida sin desquiciarse en tantos siglos (Escolano habló de ella en el año 1709 como de una cosa muy antigua), fenómeno que depende de la configuración de las dos superficies que se tocan. La inferior forma un canal longitudinal paralelo al horizonte, hundido en el fondo con ángulo de unos 170 grados; y la superior una cuña o arista con la misma dirección, cuyo ángulo es menor que el del canal inferior, sobre el cual apoya.

Por una de aquellas casualidades raras el centro de gravedad de la peña cae en la línea horizontal o ángulo que forman sus dos planos inferiores, cuyo ángulo descansa sobre el canal naturalmente excavado en el cono truncado.”

Sobre estas piedras y otras de características muy misteriosas podemos encontrar amplia información en el libro Curso esotérico de Magia Rúnica, del cual extraemos lo siguiente:

“Existen por ahí en todos los rincones del mundo, ruinas ciclópeas y piedras colosales…

En los antiguos tiempos, existieron gigantescas, piedras que andaban, hablaban, pronunciaban oráculos y hasta cantaban.

Si en los tiempos idos no hubiera existido sobre la faz de la tierra la verdadera y legítima Ciencia Mágica, jamás hubiera habido tantos testimonios de piedras, «oraculares y parlantes».

Fueron los gigantes de los antiguos tiempos quienes pudieron un día levantar esas moles, colocarlas en forma simétrica perfecta, y asentarlas con tal maravilloso equilibrio que parece que apenas tocan el suelo, y que aun cuando el contacto más ligero de un dedo las pone en movimiento, resistirían, sin embargo, la fuerza de veinte hombres que intentasen desplazarlas.

La Piedra Oscilante fue un medio de adivinación, usado por los gigantes, pero ¿por qué oscilan? Las más enormes de ellas son, evidentemente, reliquias de los atlantes; las más pequeñas, con piedras giratorias en su cúspide, son copias de los lithoi más antiguos.”