La Isla Encantada de San Borondón
Desde tiempos antiguos nos llegan historias y leyendas sobre el mar y sus misterios; grandes viajes fantásticos, tierras sumergidas, monstruos fabulosos y otras historias que han causado siempre respeto y temor a quienes se adentraban en él.
Son interesantes, en especial, los relatos referentes a islas encantadas, que aparecen y desaparecen en momentos determinados, sin dejar otro rastro que la niebla en la cual se confunden.
Encontramos referencias de ellas en muchas culturas precedentes, ya sean de la antigua Grecia, como de los Bardos nórdicos y celtas, con sus tierras maravillosas, donde moraban Dioses y héroes en eterna felicidad; o ya en la Edad Media, en los libros de caballería de occidente, y en las narraciones orientales de Las Mil y Una Noches.
Una de las más singulares de estas islas, por los testimonios que se cuentan de su avistamiento, (incluso de barcos y hombres que llegaron a sus playas, encontrando una naturaleza extraía, así como huellas de gigantes) es la denominada: «La Encubierta”, «San Blandán», «Non Trobada» o «San Borondón«, ubicada en el archipiélago Canario.
Esta isla se solía ver, según Benítez, en su Historia de las Islas Canarias, desde la Palma, Gomera y Hierro. Era esta, una isla con tierra como montañosa, que aproximadamente distaría 40 leguas de la Palma, y que podría tener unas 87 leguas de largo por 28 de ancho.
Primeras noticias
Las primeras noticias que de ella nos llegan, según algunos documentos, son del monje benedictino irlandés San Brandán, fundador del monasterio Clvainfert de Gluainfert, (fallecido el 16 de mayo del año 578), deviniendo posiblemente de él el nombre de la isla de San Borondón.
El extraordinario viaje que realizara el monje por el Atlántico, y que culminara en la isla de Las Delicias, probablemente sea más simbólico que real. Según las crónicas, describiremos los aspectos generales:
«Cuando el monje Barinto volvía de recorrer el océano, parece que dijo a Brandán que más allá del monte de Piedra estaba la isla de Las Delicias, adonde se había retirado su discípulo Mernoc con muchos religiosos de su orden, y que más lejos todavía, hacia occidente, y rebasada una capa de neblina, brillaba con eterna luz otra isla que era la Tierra Prometida de los Santos.
Deseoso Brandán con el más piadoso intento de visitar estos lugares, se embarcó a tal efecto en un buque de mimbre, revestido de pieles curtidas y embetunadas, y con él diecisiete religiosos, entre los que se contaba el todavía joven San Malo, uno de sus más ilustres discípulos.»
Navegando hacia el Trópico, hicieron escala en varias islas, encontrando con sorpresa que una de ellas, era una gigantesca ballena. Allí decidieron celebrar la Pascua.
Erraron muchos años por el océano, acaeciéndoles extrañas aventuras y peligros, debiendo luchar contra los cíclopes, un glifo y una ballena. Desembarcaron en una isla pequeña y redonda, en cuya cumbre habitaba un ermitaño, quien les colmó de bendiciones.
Desde esta isla, y tras atravesar una zona de oscuridad, llegaron por fin a la isla de los Santos. Anduvieron cuarenta días por ella sin encontrar término, hasta que un Ángel apareció ante un río, diciéndoles que no podían seguir adelante y que retornaran por donde habían venido.
De regreso, descansaron tres días en la isla de Las Delicias y regresaron a Irlanda.
Extraños sucesos que nos sugieren mundos paralelos, dimensiones con otras leyes, que existen entrelazadas y comunicadas a la nuestra por puertas que rara vez se abren.
Según afirman reconocidos esoteristas, existe un estado llamado Jinas, en el cual las criaturas y toda materia física puede adentrarse o sumergirse en estas dimensiones, tan reales como la nuestra, y asimismo, retornar de ella al espacio tridimensional en que nos encontramos.
Recordemos el templo del Santo Grial, en Montserrat, quien estuvo en su tiempo en el plano físico, y desapareció con sus secretos en la cuarta vertical. Recordemos al pueblo Maya, el cual se desvaneció misteriosamente, ante la llegada de los conquistadores españoles. Pensemos también en las múltiples desapariciones de naves con sus tripulantes, en el llamado Triángulo de las Bermudas y en otros lugares.
Avistamientos
Sobre la isla de San Borondón se cuentan numerosos testimonios de su avistamiento. Según los cronistas de la época:
«…el día 3 de abril de 1570, el doctor Hernán Pérez de Grado, primer regente de Ia Audiencia de Canarias, libró una provisión encomendada a las islas de La Palma, Gomera y Hierro, a fin de que hiciesen averiguaciones exactas con cuantas personas hubiesen observado la aparición de semejante tierra, o que, por cualquier otro conducto, tuviesen pruebas de su existencia.
Por virtud de semejante información llegó a La Palma, el piloto portugués Pedro Vello, natural de Setúbal, quien dijo que a causa de una tempestad, desembarcó en San Borondón con dos de su equipaje, y allí contempló tales y cuales maravillas (fenómenos extraordinarios, huellas de gigantes, etc.) Al anochecer, se nubló el cielo, sopló horrísono el huracán, y él, temiendo perder su navío, se volvió a bordo más que deprisa. Al instante de zarpar, perdieron de vista la tierra, y al cesar la tempestad trataron de tornar a ella, siéndoles del todo imposible el descubrirla, por lo que quedaron muy contrariados, especialmente por dos hombres de la dotación que habían quedado abandonados en la espesura de la vegetación de la isla.»
Por el mismo año 1570, Marcos Verde, persona de quien Viera Clavijo dice que era muy conocido en Canarias, refería que, volviendo de África, avistó a la altura de las islas, una a quien desde luego tuvo por la isla de San Borondón, y que, habiendo llegado a ella, y anclado en la ensenada que formaba la boca de un barranco, al anochecer bajó a tierra con algunos de los hombres, los cuales tomaron por diferentes senderos, pero todos concluyeron por dar voces reclamando aterrorizados auxilio. Restituidos a bordo, sobrevino, (dice Núñez de la Peña), una tempestad tan grande, que hizo garrar al navío con sus anclas, y en breve espacio se alejó tanto del fondadero, que se perdió al punto de vista la tierra para no dejarse ver más.
Núñez de la Peña, escribe, además, que un francés, acercándose a las islas en medio de una gran borrasca y con los mástiles rotos, arribó a la isla Encubierta, y en ella, con gran premura, cortó un árbol para su navío, poniéndose a labrarlo durante toda la tarde; pero al llegar la noche sobrevino tal cerrazón y temporal, que le fue forzoso embarcar a toda prisa y zarpar de aquel refugio, llegando al otro día a La Palma.
Viera, en el tomo I de sus Noticias (1772), escribió:
«Hace pocos años que, retornando de América uno de los Registros de nuestras islas, creyó un día su capitán que había avistado la de La Palma, mas al día siguiente, en que esperaba llegar a la de Tenerife, se halló frente a la verdadera isla de la Palma». ¿Qué interferir pues, de aquí?
La primera tierra que columbró no había sido otra que la de la isla de San Borondón. Añade Viera que semejante referencia aparece consignada en uno de los diarios del coronel don Roberto de Rivas, y que al haberse divisado en una tarde la isla de La Palma, y no llegar a ella hasta el día siguiente, sólo indicaba que el viento o las corrientes le fueran poco favorables durante la noche.
Cierto religioso franciscano, cuyo nombre no indica Viera Clavijo, en 1759, escribió a un amigo la siguiente carta sobre la aparición y desaparición de la misteriosa isla:
«…Mucho deseaba yo ver a la isla de San Blandán y hallándome en Alaxeró en día 3 de mayo, a las seis de la mañana la vi, y puedo jurar, que teniendo presente al mismo tiempo la isla del Hierro, vi una y otra del mismo color y semblante, y se me figuró, mirando por un anteojo, ver mucha arboleda en su degollada.
Luego mandé llamar al cura Antonio Joseph Manrique, quien la tenía vista por dos ocasiones, y este, al llegar, ya sólo vio un pedazo, pues cuando estaba mirando se corrió una nubecita que me ocultó la montaña, y pasando al punto hacia la degollada me la volvió a descubrir, viéndola otra vez como antes, sin diferencia alguna, durante hora y media, para ocultarse después, estando presentes más de cuarenta personas. A la tarde volvimos algunos al mismo puesto, mas nada se veía ya, por estar lloviendo lo más de la tarde.»
También nos refiere Ramírez, como en el año 1723, fuera exorcizada la isla por un sacerdote, mientras aparecía y desaparecía entre las nubes, ante la vista de numerosas personas, y quedando constancia de ello ante notario.
Se organizaron también, expediciones para llegar hasta la isla, que no dieron otros resultados más que las burlas de los escépticos. Tras el siglo XVIII hasta nuestros días, los avistamientos de San Borondón han sido menos frecuentes. En 1958, D. M. Rodríguez Quintero, de Los Llanos de Aridane (La Palma), obtuvo por primera vez una fotografía de la isla, siendo el único documento gráfico de que se dispone de ella.
Su misterio continua, por tanto, hoy en día, envuelto entre brumas; pero sobre todo, velada por el velo de Isis, que cubre nuestra mente, y nos impide acceder a voluntad a las sierras encantadas de los Mundos Superiores de la Naturaleza.