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Benito Arias Montano

Mario Roso de Luna, en el libro “De Sevilla al Yucatán”, hace referencia de Arias Montano, en unas marcas que encuentran en un mueble que pudo pertenecerle, la señal dice “Arias Montano, Aracena, 1559”.

Aracena, es la mansión favorita del sabio polígrafo, dueño de ese y otros muebles. Lugar consagrado a su voluntario y ascético destierro, Aracena con su gruta de las maravillas y Alajar, con su peña de la ermita.

En la obra de Menéndez y Pelayo “La Ciencia Española”, hay una referencia al polígrafo extremeño:

El nombre sólo de Arias Montano basta para llevar un siglo, y es por sí tan grande como el de cualquiera de esos luminares de la ciencia moderna que para el señor del Perojo parecen ser las únicas en el mundo. Pero España posee además una serie de cultivadores ilustres de las ciencias bíblicas…

Y sigue añadiendo:

Eran ellos no menos teólogos escolásticos, sino verdaderos filólogos, helenistas, hebraizantes y arqueólogos que habrán estudiado la Biblia en sus fuentes, y que, para interpretarla, aludían a todos cuantos recursos podían suministrarles las ciencias exegéticas de su tiempo.

Arias Montano, es el rey de los escritores españoles, por ello, Mario Roso, decide estudiar su obra, para encontrar al ocultista y al teósofo perseguido por la inquisición e ignorado por los hombres.

Mario Roso, nos recuerda lo que suelen decir los libros acerca del políglota:

Don Benito Arias de Montano, nacido en Fregenal de la Sierra en 1527 y muerto en Sevilla en 1598, es acaso el mayor polígrafo español, a juicio de hombres como Escalígero, Cornelio Lápide, Vossio, Petavio, Covarrubias, Aguirre, Morales, Fabricio y Pedro de Valencia.

Su personalidad es hoy más conocida en el extranjero que en su patria, y el lugar de su nacimiento se ha discutido como se discuten los de Homero, Colón y tantos otros.

Por las setenta y ocho odas latinas de su Monumenta Humanae Salutis se le ha parangonado con Horacio como por su carácter de conciliario regio y consultor del obispo de Segovia Martín Pérez de Ayala en el concilio de Trento se le deputó como el sabio entre los más sabios del mismo, y por su Biblia políglota se le ha tenido por igual a san Isidoro de Sevilla, con quien tiene no pocos puntos de contacto.

Discípulo de Cuesta, el obispo de León, y compañero de Escoto Eurígena, era un vivo recuerdo del gran Raimundo Lulio, una de las glorias más puras, tanto de la filosofía como de las ciencias de la naturaleza.

Místico, en fin, cual todos cuantos en Extremadura se han caracterizado como genios, recibió la palma del martirio moral por la misma mano de aquel terrible malvado que se llamó Castro, y casi por los mismos días que la recibían también los ya citados de nuestra místicas el brocense y fray Luis.

Todo ello y mucho más es el ornamento del profundísimo creador de la biblioteca de el escorial; el hombre de los trece idiomas; el primer poeta laureado en la universidad complutense, el numen titular, por último, de todas estas sierras, si es cierto, como me figuro, que los hombres grandes, después de muertos, renuncian al devachán o cielo y quedan aquí invisibles, conviviendo con sus gentes y lugares más queridos, cual Jesús, después de su resurrección y antes de subir a los cielos, convivió con sus discípulos entrando y antes de subir a los cielos, convivió con sus discípulos entrando en el cenáculo por sus puertas cerradas, saliéndoles al encuentro en los caminos como a Pablo y venciendo sus incredulidades como a santo Tomás…

Podrán rechazarse las reencarnaciones de los hombres, aunque Montano parezca una reencarnación de Prisciliano, san Isidoro o Lulio; pero lo que no puede dudarse es que el autor, nacido de su obra y por su obra, vive en ella siempre, no de otro modo que el logos vive en el universo a quien informa o anima.

Y tanto vive, como decís en la biblioteca de el escorial, al calor de su ciencia nacida, que en ella acaba de revivir en nuestros días por mano de un agustino sabio, el musicólogo P. Luís Villalba, quien al ir a hacer la historia de la biblioteca más rica en heterodoxos que tenemos: hebreos, griegos, árabes, cabalistas y ocultistas; al ir, digo a biografiar a los dos primeros bibliotecarios de aquella octava maravilla del mundo, Fray Juan de san jerónimo y José de Sigüenza, nos ha dado, sin saberlo, la clave de lo que nosotros llamaríamos “un Arias Montano, teósofo y ocultista…”

Este hijo de san Agustín recibió, en efecto, la orden que hoy conserva el real monasterio y biblioteca de san Lorenzo de el escorial el encargo de estudiar la “historia del rey de reyes y señor de señores”, del padre José de Sigüenza, y se encontró con la sorpresa de que toda la obra de este buen fraile del parral de Segovia, que pasó en sus mocedades a el escorial, no era sino la opus magna, de Arias Montano, su maestro, glosada y achicada con la misma torpeza del cuervo de la fábula cuando, para imitar al águila quiso arrebatar un cordero.

La obra del padre Villalba, pues, sobre la historia del rey de reyes, de Sigüenza, viene a ser así una biografía del gran Benito, y biografía en la que por cierto abundan datos ocultistas como los que siguen: (apuntes de la obra de P. Villalba, dedicada a don Alfonso XIII, en 1915)

El nombre de Montano suena en buen número de procesos de aquella época, como si fuera el eje de un torbellino desatado entre cuyas vueltas y giros se van enredando nombres y nombres. Arias Montano aparece en la historia más o menos accidentada de ciertas cuestiones como el promotor principal de ellas, como el mentor de los que se lanzaban al estudio de las disputas universitarias, como el maestro o consultor e iniciador de las nuevas ideas que tanta agitación y encono traían a los ánimos.

Hubo una época muy viva para todo ello; son éstos o son los otros los que sacan el cuerpo fuera, según los casos; pero siempre al fin aparece Montano, que es quien ha dado unos papeles, o ha sido consultado, o remitido una probación de tal o cual sentir y opinión, o rogado que escriba esto o lo otro, o marcado tal camino, o iniciado tal movimiento, y siempre figura como la autoridad de peso respetable y como el alma de todo.

Montano debió ser uno de esos admirables pedagogos que no sólo saben ocupar el sillón de una cátedra, sino apoderarse del alma de sus discípulos; uno de esos hombres que hacen de la enseñanza una amistad y de la amistad del medio para insinuarse a la inteligencia y en la vida toda del amigo comunicándole toda su alma con la ciencia.

Hombres de esta clase suelen contar los discípulos por los amigos, y no acostumbran a tener amigos que no se conviertan en discípulos suyos de algún modo.

En cuanto al asceta y al mártir del “ario del monte”, leamos todavía estos pasajes del padre Villalba, que dicen:

Era este doctor natural de Fregenal, junto a Sevilla, y tenía tanta abstinencia que al día no comía mas que una sola vez, y ésta ni carne ni pescado, sino legumbres, frutas y el caldo de la olla, ahora fuese de carne, ahora de aceite.

Su dormir era sobre unas tablas en las cuales ponía una estera y una manta de bernia; su trato y conversación eran los de un santo; su humildad sobrepujaba a la de todos cuantos con él trataban, era tan afable que obligaba a todos a que bien le quisiesen.

Los hombres doctos procuraban su amistad, y los caballeros hallaban en él cosas de edificación, y los oficiales, arquitectos, pintores y demás artistas hallaban en él muchas cosas que aprender.

Deseoso Arias Montano de que le dejasen tranquilo en su peña y santuario de Alhájar, con sus libros, con sus meditaciones y con las inspiraciones que en esta gruta y en la entonces desconocida “gruta de las maravillas” de Aracena, recibía me figuro yo de los jinas, quiso renunciar al par el odioso encargo de la biblioteca escurialense, como más tarde renunció a un obispado y otras dignidades, y en 1573 escribía a Zayas, el secretario de Felipe II, desde Amberes:

“En lo que toca a mi particular, afirmo a vuestra majestad delante de dios, que soy muy ajeno de ambición de dignidades, ni de otros estados, y que el mayor que hasta ahora he deseado siempre ha sido el tornarse a mi peña, porque jamás me ha pasado por el pensamiento escoger oficio, sino dejar a dios el arbitrio entero de mí y de mis cosas que sé que él solo sabe y puede darme lo que he menester para mí salvación, que es lo que más deseo…

Ya vuestra majestad oyó y vio en España lo que acerca de esto algunos doctos y temerosos de dios me decían y escribían; en Italia ha sido muy mayor la batería que sobre esto me han dado, y muchos de Francia…, y ahora vea que comienza en Alemania los católicos y doctos que allí hay, a combatirnos por su parte…

Y sepa aquí entre nosotros, que amén de los demás motivos e impulsivos que he tenido, que la segunda vez que le hablé me dijo que más servicio haría a dios y a la iglesia con la pluma en la mano que con cuantos negocios hubiesen en el mundo, y nuca se me ha quitado de la imaginación esta sentencia y lo que me añadió sobre ella…

Como ocultista superior, en fin, que era, desafió rigores inquisitoriales, ora manifiestos, como los de León de Castro, ora peores por solapados, como los del fallo del Padre Mariana, quien, aparentando quitar la razón a Castro, no hizo sino algo peor, meter el puñal hasta el pomo en el atribulado pecho del bendito Benedicto, cuando éste, como Job, clamaba al rey: “o vuestra majestad me echa del reino, o dios me echará de él y de la vida”.

Hay en los primeros libros de la biblioteca de el escorial, un sello ocultista, referencia que encuentran leyendo la obra titulada “historia del rey de reyes” en la pagina 105.

El padre fray Juan de san Jerónimo, primer bibliotecario de el escorial, dice en sus memorias:

“en primero de marzo de 1577 años por mandato del rey nuestro señor vino a este monasterio el doctor Benedicto Arias Montano, capellán de su majestad y comendador de la Orden de Santiago, etc., a visitar, expurgar y ordenar la librería real de san Lorenzo, como persona que tiene las partes necesarias para empresa tan principal y de tanta confianza como es ésta.

Y las cosas que concurrieron en este doctor fueron el ser muy buen letrado y gran teólogo, y muy visto en todo género de ciencias y lenguas hebrea y caldea, griega y latina, siriaca y arábiga, alemana, francesa y flamenca, toscana, portuguesa y castellana, y todas las sabía y entendía como si en estas naciones se hubiera criado.

Este doctor fue el que, por mandato de su majestad el rey don Felipe nuestro señor, fue a Flandes a imprimir la Biblia regia de cinco lenguas, en Amberes, por plantino impresor, como se entenderá por ella y por los prólogos que allí escribió…el fundamento y principio, pues, de aquella fue de la misma librería del rey don Felipe II.

Guardé yo un índice de sus libros, y tenémosle ahora en la librería, como prenda importante en que de su misma mano están rayados y notados los libros que nos iba dando al principio, donde, entre otras cosas que vi notando en las primeras hojas blancas, dice así:

“Los libros de mano y de más importancia por lo que en ellos se verá, que se enviaron a san Lorenzo para que allí los tengan a gran recado en la sacristía con las cosas más preciosas, están señalados en la margen primera del catálogo con esta señal infinito=5.”

Esta signatura a que alude aquel primer bibliotecario está corroborada por la propia observación del padre Villalba, quien, al lamentarse de que no se encuentre hoy ni rastro de la clasificación por lenguas y facultades que hizo Arias Montano de la primitiva biblioteca de el Escorial, añade estas sugestivas palabras:

“sin embargo, fruto innegable de la dirección de Arias Montano…es el catálogo de los libros escritos a mano por mandato de su majestad, año de 1577. En este catálogo, que tiene huellas de haber sido tocado ligeramente por las llamas del incendio grande que tan enormes daños causó en esta biblioteca, parecen verse entre otras correcciones y añadiduras de la propia mano de Montano…otra cosa se nota en este catálogo, y es que aparecen señales semejantes a las que Sigüenza refiere tener el catálogo de Felipe II”.

Todos los compañeros de Mario Roso de Luna, dan con el sello ocultista, infinito igual a cinco, es decir, el infinito igual a la pentalfa, a la estrella de cinco puntas o pentágono regular estrellado que detuvo a Mefistófeles cuando acudió a la evocación brujesca del doctor fausto…

Lo que quiere decir, en fin, al modo hebraico, leyendo de derecha a izquierda: ¡la mente es infinita!

Aracena, cabeza de las diez y ocho aldeas del principado de su nombre, es un país de ascetas, puesto que aquí vivió también como un asceta a fines del siglo XVI el sapientísimo Arias Montano.

El sabio se refugió en Aracena y creó en la iglesia carmelita de san Pedro una cátedra de latinidad, dotándola de bienes propios. Perdidas hoy dichas rentas, sólo queda una casa en la calle que lleva el nombre del fundador.

Se dice que Arias Montano recibió el bautismo de manos del presbítero Ruiz González Granero, en la iglesia de santa Catalina, de Frenegal (Badajoz), pero también es muy cierto que Aracena le recibió como a un hijo, y en la peña de los ángeles, de esta feligresía, según Rodrigo Silva, quiso retirarse del mundo, pero no han faltado críticos que disputen a Frenegal tamaño honor.

En 1580, la gran esterilidad y falta de trabajo, hizo que muchos pobres acometieran contra los sepulcros hebreos.

En varios sepulcros, fueron hallados libros hebraicos, los cuales fueron casi todos recogidos por las muchas personas cultas que había en la ciudad y entregados al doctor Arias Montano, cuya reputación de sabio y de orientalista le hacían bien acreedor a esta preferencia.

El hebraísmo de Arias Montano era muy natural, antes y después de conocer el tesoro de tales libros, tal vez estos papeles pudieron influir en Montano de un modo decisivo, iniciático.

Consiguió hacerse con una gran cantidad de libros. Traídos muchos de ellos, cerca de trescientos volúmenes adquiridos en Breda y Haustrat, por Montano, custodiados, nada menos por la escuadra que trajo de retorno al Duque de Alba.

Libros todos, como de costumbre expurgados, dejando tan solo los libros que no fueran de magia o cábala, en el recién alzado templo de el Escorial.

Vémosle por última vez en el escorial en 1592 y luego en Aracena y Sevilla, para morir en esta última ciudad en 1598.