Nuevos Descubrimientos Antropológicos

La antropología no está de enhorabuena. En los últimos años cada nuevo fósil ha venido a arrojar mayor confusión a la ansiada construcción del árbol genealógico del Homo Sapiens. Hoy en día es muy difícil encontrar dos antropólogos que coincidan plenamente.

Los más recientes hallazgos han descartado muchas de las hipótesis parciales y están socavando peligrosamente los mismos pilares de la evolución del hombre.

En primer lugar, con el descubrimiento en 1979, de un esqueleto del hombre de Neanderthal en Saint-Cesaire, (Francia), en terrenos del Paleolítico Superior fechados en 32.000 años de antigüedad, se debe descartar totalmente -aunque algunos antropólogos aún se resisten- la evolución del hombre moderno a partir del hombre de Neanderthal. Como señala el antropólogo Jean Pierre Mohen, en el cráneo encontrado «no existe el menor indicio de mestizaje con el hombre moderno», lo que indica que ambas razas coexistieron en tiempos muy recientes. El antropólogo Richard Potts, de la Institución Smithsonian de Washington afirma que «si ambos vivieron al mismo tiempo no parece probable que el hombre de Cromagnon haya evolucionado de uno de Neanderthal«. Y ante esto J.P. Mohen remata:

«nos encontramos ante uno de los enigmas más interesantes de nuestra historia, porque no tenemos ya una respuesta clara».

El pobre Neanderthal, catalogado inicialmente como un «bárbaro primitivo» y como un hombre deforme, escaló puestos en el ranking evolutivo, a lo largo de su historia particular, pasando primero a Homo y luego, nada menos que a Homo sapiens, con la denominación definitiva -que tal vez haya que volver a cambiar- de Homo sapiens neanderthalensis, a un paso ya de la actual raza moderna, Homo sapiens sapiens. Hoy, deberá desandarse el camino recorrido y admitir que Neanderthal no es más que una raza degenerada de Homo erectus, su supuesto antecesor. Actualmente, la antropología tiene que buscar el origen del hombre actual en otro lado.

Y Homo erectus es el candidato. Homo erectus, un ser que habitó por todo el Viejo Mundo desde hace más de un millón de años, es el primer hombre reconocido, ya que es el primero en el registro fósil que posee el título de Homo, si descartamos a otras formas dudosas como el Homo habilis africano. Este Homo erectus se supone que desciende de los antiguos Austrapoliphecus que sólo se han encontrado en África. Lógico es suponer, y así lo supone la antropología, que el origen del Homo erectus sea africano.

Pues bien, el reciente descubrimiento en Yunsien, en China, de dos cráneos con una antigüedad de unos 350.000 años, los cuales presentan caracteres intermedios entre Homo erectus y hombre moderno, además de confirmar lo anteriormente dicho sobre el hombre de Neanderthal, «pone en duda la tesis, universalmente aceptada, de que la especie humana se desarrolló en África para extenderse, después, por el Cercano Oriente, Europa y el resto del mundo».

Estas declaraciones efectuadas por uno de sus descubridores, el estadounidense Dennis Etler, obliga a los científicos a establecer el origen del hombre actual en Asia, directamente a partir del H. erectos, sin pasar por el Neanderthal. Los cráneos encontrados indicarían esa transición.

Pero aún así, existen varios problemas para atribuir nuestra paternidad a Homo erectus.

En 1987 el bioquímico Alian Wilson y su equipo de Berkeley sorprendieron al mundo con el descubrimiento de Eva, la llamada «Eva mitocondrial».

Basándose en un estudio genético se afirmó -a bombo y platillo- que una mujer africana de unos 200.000 años de antigüedad era la antecesora común de todas las razas actuales. Este estudio se basó en que el ADN mitocondrial de 47 mujeres de diferentes etnias era muy similar, «mucho más que si las diferentes razas hubiesen vivido separadas desde el antiguo Homo erectus».

El ADN con más mutaciones (el más diferente de todos) era el africano por lo que esta raza sería la más antigua, con unos 200.000 años de antigüedad. Esta teoría convenció a todos hasta 1992, pero los hallazgos de China ha aguado la fiesta de nuevo a todo el mundo antropológico.

El paleoantropólogo Milford Wolpoff, basándose en los cráneos de China sugiere que en Asia se produjo una transición hacia el ser humano moderno al mismo tiempo que en África tenía lugar una evolución similar. En una palabra, por si la aparición del hombre moderno una sola vez fuese poco, los antropólogos se ven forzados a fijar dicha aparición dos veces -al menos-, una en África y otra en Asia, lo que no les hace ninguna gracia.

Por otro lado, fijar nuestra descendencia directamente del Homo erectus, no es tan sencillo, pues ya nos habíamos hecho la ilusión de que Neanderthal era una excelente transición. En los últimos años se han atribuido a Neanderthal una serie de manifestaciones culturales (enterramientos, rituales, pinturas, herramientas, etc.), las cuales es de sospechar que, en años venideros, serán desmontadas una por una, por la misma arqueología.

Si eliminamos ahora tal transición neandertalolide, ¿qué hacer con la supuesta evolución cultural para que el Homo erectus sea un candidato idóneo como antecesor? Efectivamente, las primeras manifestaciones culturales claramente inteligentes (arte rupestre, escultura, herramientas, etc.) aparecen, como de repente, hace unos 35.000 años con el hombre de Cromagnon, un hombre totalmente moderno, antropológicamente hablando.

En el caso de suponer al hombre erecto cierta inteligencia y que éste comienza a evolucionar morfológicamente hacia Homo sapiens, hace entre 300.000 y 400.000 años, ¿no debería encontrarse también una evolución cultural gradual? ¿Dónde se encontraba esa población de hombres -que finalmente daría lugar al hombre moderno- entre los 300.000 y los 400.000 años?; ¿por qué no se encuentran sus fósiles?

Lo cierto es que el Homo erectus finalmente desapareció y no existen manifestaciones culturales claramente inteligentes en ninguno de los yacimientos encontrados antes de los 35.000 años. ¿No será más lógico admitir que los dueños de esos cráneos intermedios entre el hombre moderno y Homo erectus estaban degenerando al igual que su residual habilidad manual?

Homo erectus no progresó nada en cientos de miles de años y al final de su reinado, al igual que ocurre con el Neanderthal, aparecen en algunos yacimientos posibles prácticas de canibalismo y violencia. En esta época algunos autores suponen que el concepto familia ya debía estar lo suficientemente arraigado como para explicar el actual comportamiento del hombre; ¿es el canibalismo un comportamiento de hombres que estaban en periodo de evolución social y donde se supone que el concepto «familia» ya debía dejar firmemente establecido, así como el concepto «camaradería» entre miembros de la tribu, tan necesaria para la caza?

Un dato curioso: La edad atribuida a estos cráneos híbridos corresponde a un periodo de cataclismos que culminaría con la segunda catástrofe transapalniana, hace unos 300.000 años.

Pero lo más grave viene de la mano de otras técnicas antropológicas. Una serie de descubrimientos obtenidos mediante técnicas inmunologías -lo que constituye el último grito en antropología y en las que nos extenderemos con más detalle en otra ocasión-, han demostrado que los grandes antropomorfos actuales (chimpancé y gorila) presentan, a nivel bioquímico, una increíble semejanza con el hombre actual, mucho más de lo que se pensaba hasta ahora.

Pero lo peor del caso, no es tal similitud, aunque por el momento ya haya servido para descomponer el tradicional árbol fologenético del hombre, sino que, midiendo diferentes proteínas en diferentes primates, como la hemoglobina o la seroalbúmina, Vicente M. Sarich y Alian Wilson de la Universidad de California en Berkeley y otros, como Morris Goodman de la Wayne State University, han concluido que el hombre se encuentra menos distanciado, de los primitivos prosimios, que el chimpancé o el gorila, lo que prácticamente equivale a decir que ¡el hombre aparece en la escala evolutiva antes que los grandes antropomorfos vivos!

Sarich y Wilson, en función de la distancia molecular encontrada entre el hombre y el chimpancé, dedujeron que su separación habría tenido lugar hace menos de 4 millones de años. Wilson declaró:

«El origen de los homínidos es un fenómeno muy reciente»

Estos datos han hecho revisar todas las filogenias admitidas hasta ahora para el hombre y han obligado incluso a separar al chimpancé y al gorila de su ancestral familia, los póngidos, para crearles una nueva familia, los panidae.

Esto, evidentemente no es admitido aún por la mayoría de los paleoantropólogos, por eso nuestro asombro crece cuando intentamos preguntarnos; ¿cómo es posible pretender la separación del hombre y el chimpancé en una fecha en la que ya existían los primeros homínidos australopitecos? Y sin embargo, es obligado hacerlo así a tenor de los datos. Todas las teorías paleo antropológicas vigentes hasta la fecha están quebradas.

Y así lo ha señalado el antropólogo Maitland A. Edey recientemente:

«…lo que ha estremecido la base del mundo antropológico, con un grito de rabia, es que el método de mediciones de Sarich-Wilson muestra una división homínido-chimpancé que tiene menos de 4 millones de años. Cualquier hombre, experto en huesos, en el mundo se subleva contra esa fecha».

El mismo Sherwood Washburn, famoso antropólogo, intentando conciliar a paleoantropólogos y biólogos moleculares, ha dicho desconcertado:

«Todas las muestras que los inmunólogos han estado usando -dice-, contienen varios errores pequeños. Se mueven a diferentes velocidades y, por todo lo que sabemos, también pueden ser erráticas. No han sido calibradas adecuadamente, pero sus índices apuntan todos en la misma dirección general. Eso es muy impresionante».

Y ya para rematar, resultan igualmente sorprendentes las declaraciones del antropólogo finlandés Bjorn Kurten, con las cuales cerramos éste artículo, el cual fija como antepasado del hombre a un pequeño primate de hace 30 millones de años, denominado Proplio-pithecus. Este animal poseía una mandíbula pequeña con pequeños caninos, muy similar a la del hombre actual, más de la que los primates antropomorfos de mandíbula grande, a los que se suele asociar el hombre.

Según Kurten -y parece muy lógico en sus afirmaciones-, suponiendo que Phoplio-pithecus sea antecesor del hombre, es difícil suponer que, a partir de pequeños caninos, éstos se hayan agrandado primero en las formas antropoides, para luego reducirse de nuevo, en las formas homínidas. Tal forma de proceder por parte de la evolución sería en exceso caprichosa.

Según esto, el antropólogo Maitland A. Edey, refiriéndose a Kurten dice textualmente:

«El prefiere un antepasado de pequeña mandíbula durante todo el trayecto, diciendo, en efecto, que los primates inferiores y antropoides descendieron del hombre y no viceversa.»

A tenor de estos datos sólo cabe concluir diciendo que es probable que la involución biológica del hombre aún no sea completamente demostrable paleontológicamente, pero, desde luego, la evolución lo es cada vez menos y, de seguir a este ritmo de hallazgos, la biología podría sufrir a medio plazo una de las convulsiones más dramáticas de todos los tiempos.