Revolutum Totum

REVOLUTUM TOTUM

Señoras:

Señores:

Revolutum totum así han dicho los que no pueden o no quieren entender el verdadero significado de lo que constituye los principios de la ciencia oculta, que, como precisamente el término lo indica, no pueden ser comprendidos por aquéllos que no tienen otra misión que meterse en el laberinto teológico, para distraer y apartar del camino de la verdad al estudiante de buena fe.

Revolutum totum ha sido el eco que ha repercutido en las redacciones de algunos periódicos, que por otra parte, no son sino el eco de la opinión pública.

Los primeros y los segundos han estado en sus puestos.

Los primeros, porque sería extraordinario que renunciaran a su misión; y los segundos, porque su deber consiste en dar a conocer, sin apreciaciones personales, los acontecimientos sucedidos, así como la opinión del público.

Totum Revolutum, digo también yo, están hoy día los principios religiosos y científicos: 360 sectas protestantes que alberga sólo los Estados Unidos, 5 o 6 distintas al Catolicismo; por el otro lado cuántos cismas en la ciencia; cuántas escuelas antagonistas en que las disputas van siendo cada día más agrias y donde reina por un lado la rutina ciega y por el otro el dogmatismo fanático; pero por encima de todo aquello hay un letrero luminoso que cincelado en oro contiene la frase en Sánscrito: Satyaf nasti paro dharmah, «No hay religión más elevada que la verdad». Y yo agregaría: no hay nada más hermoso y sublime que la ciencia.

Para evitar torcidas interpretaciones no quise dar la presente Conferencia en el salón del Empedradíllo, que sin retribución alguna y con inmerecidas consideraciones se me proporcionó en días pasados.

Ajeno, pues, a todo aquello que puede ser en perjuicio del verdadero ideal que me propongo llevar a cabo al propagar las ideas científicas que constituyen mi convicción y que son el tema de los sabios de todos los países, me he procurado este nuevo local, graciosamente cedido por el «Mexícan Heráld.», para estar exento de las críticas mal intencionadas y de toda injustificable sospecha.

Nunca los secretos íntimos del ocultismo han sido el patrimonio de las masas, y si sus principios y bases científicas exponemos en conferencias públicas, dando aquí y allá indicaciones que parecen un totum revolutum, prohibido nos está, por la misma naturaleza de estas cosas, hacer iniciaciones públicas, que no originarían sino la burla de los espíritus vulgares.

Mas las puertas del augusto templo iniciático, donde reina la virtud y la ciencia, se hallan abiertas para todo hombre de buena voluntad, y sobre todo, para aquel que, cansado de aprender, quiere al fin saber.

Allí le tendemos la mano, no revestidos con la toga del maestro, ni con el sentimiento del amigo; que más que discípulos deseamos compañeros en la brega de la vida y del estudio.

La hipótesis de Gustavo Le Bon que conmueve los mas profundos cimientos del edificio científico por atacar uno de los dogmas de la ciencia oficial la dualidad fuerza y materia, como en otra época las verdades de Galileo conmovieron los basamentos de la Cosmografía Geométrica y destruyendo muchos de los dogmas religiosos establecidos entonces. La grandiosa y trascendental hipótesis citada, la exprese en pocas palabras repitiendo la frase de Le Bon: “La Fuerza y la Materia son dos modalidades de una misma cosa: Energía!!!” Según esta Hipótesis, la materia es energía en equilibrio estable y la fuerza es la energía en equilibrio pasajero o inestable: en el fondo de las cosas, hay una sola entidad universal, la energía, que en su evolución complicada y progresiva, ha dado lugar a todo el conjunto de fenómenos y cosas objetivas que llamamos mundos o universos »Macrocosmo»‘, y el conjunto de fenómenos y cosas subjetivas que forman el ser humano, «Microcosmo».

De este nos ocupábamos en la Conferencia anterior, detallando la Naturaleza en su carácter esencial, «la fuerza psíquica.’’, y hoy nos ocuparemos del Macrocosmo y de su distintivo, la fuerza Cósmica.

No necesito valerme de argumentos, como la última noche, para comprobar la fuerza psíquica: la fuerza cósmica nadie la pone en duda; pero trataré de sus particularidad que al vulgo pasan desapercibidas, y como ocultistas nos ocupamos en analizar.

Veamos ante todo, nuestra posición exacta en el Universo, Macrocosmos. Pues bien; la ciencia oficial nos enseña que nos hallamos situados sobre un planeta llamado tierra que presenta la forma de un globo achatado por sus polos y que da vuelta sobre si mismo con el espacio y alrededor del sol.

Una multitud de seres vivientes, mas o menos bien organizados, que rodean y forman así los diversos peldaños de la escala que nos separa de los minerales. Pero esto no es todo; además, alrededor de la morada amatoria hay otros planetas; giran como astros opacos que no son iluminados pero si accionados o dinamizados por las emanaciones fluídicas de un Sol.

Estos numerosos planetas y sus satélites constituyen con el sol mencionado, uno de los órganos del mundo físico que según los sabios, contiene una infinidad de sistemas solares, análogos al que se nos hace pertenecer.

Este Universo o macrocosmo que se nos aparece tan poblado, ofrece todavía otros caracteres capaces de excitar la curiosidad y la de todo observador,

El primero de esos caracteres, es que la fuerza esencial de la .Naturaleza; trata siempre de impedir la realización de obras humanas y aún se esfuerza por aniquilar todo lo que nos ha costado trabajo hacer.

El hombre no llega, por tanto, a mantener la estabilidad de sus creaciones; sino que lucha sin cesar con la fatalidad o el destino.

Veamos lo que pasa sobre la tierra. Si después de habernos tejido suntuosas telas, confeccionado hermosos trajes, edificado ‘habitaciones confortables, erigido monumentos y ciudades soberbias, apenas vamos a cesar en nuestra acción, inmediatamente una fuerza que parece invisible las toma, las menoscaba, las destruye y, sobre todo o mas bien, las transforma.

Pues bien, los insectos o microorganismos se apoderan de nuestros productos, comiéndoselos y asimilándose su substancia; el moho que corroe al fierro, las hojas verdes de los árboles, las plantas que curan y las que matan al hombre de la selva. Los bosques vírgenes son sucedidos por campos bien cultivados; y en lugar de una ciudad llena de iglesias, vemos aparecer un campo desierto. En este caso, la naturaleza se nos presenta como terrible destructora.

No conociendo ni el tiempo ni el espacio, la naturaleza menosprecia profundamente la vida humana. También se nos aparece esa potencia o energía natural bajo un aspecto de indómito destino, que despiadado sigue su ruta sin ocuparse de nuestras recriminaciones, de nuestros pesares y de nuestras desventuras; y, por último, esa espada de dos filos se muestra como fuerza creadora y conservadora. El estudio de ella, en apariencia soberana, constituye toda una filosofía: el Panteísmo, filosofía en la cual todo se ama a-sí mismo: Dios es todo.

Nosotros los ocultistas cristianos, todos admirados de la grandeza y hermosura de la naturaleza, creemos y afirmamos que ella no es sino una emanación o el reflejo de un principio superior y divino, por eso somos, en vez de panteístas, cosmoteistas.

Tal es la esencia íntima de la doctrina cabalista: en el fondo de todo ella está Ainsoph, de donde dimanan todos los sefirotes; es la esfera caótica perdida entre las nubes del Adniluth; esto es el simbolismo oculto del «Padre nuestro .que estás en los cielos», cuyo texto griego dice:»en te ayonas», en los cielos, en los iones.

Ainsoph, es el ser en sí, el selfnes de los ingleses, es el Ser, de los seres, es la base de las vibraciones de todo lo bueno, justo y exacto. , No queremos esta noche detenernos en estos detalles, que sería irnos a estudios de ocultismo profundo, sino seguir la naturaleza lo más íntimamente que podamos.

Para poder penetrar en los rincones más recónditos de ella, partiremos de lo palpable, para llegar a aquello que no vemos físicamente.

Sin dárnosla de científicos, preguntamos ¿qué son las fuerzas que existen y se manifiestan inmediatamente alrededor de nosotros? Estas fuerzas animan a millares de seres distribuidos en tres planos: plano mineral, plano vegetal y plano animal. El conjunto de estos seres y fuerzas terrestres constituyen lo que los antiguos llamaban mundo elemental.

Ahora, apartándonos de este mundo terrestre, volvamos nuestra mirada a la bóveda celeste.

Veremos estrellas y astros que recorren su camino matemáticamente determinado. Esos también son seres que viven. Muchos consideran como extravagante y ridícula la idea que acabo de emitir, pues, en general, cuesta trabajo figurarse dotados de vida a esas numerosas aglomeraciones geológicas de rocas y de vegetales; nos parece igualmente extraordinario concebir que estén vivos esos cuerpos redondos. Pues bien, debo insistir en la idea de los Iniciados antiguos que la tierra es un ser viviente, que tiene la forma de una esfera o de un globo.

Pero es menester no caer en exageraciones, sino evitar el error; por cierto se encuentran las más grandes analogías entre el ser humano y el ser planetario llamado Tierra; ésta, como nosotros, tiene sus respiraciones, su circulación, su asimilación y hasta se encuentra algún parecido entre sus órganos y los nuestros.

Los arroyos, los ríos y los torrentes son los capilares y los vasos sanguíneos; parece que los bronquios, y las vesículas pulmonares, son los árboles, los vegetales que absorben el carbono de la atmósfera y lo transforman en carbonatos terrosos. Los átomos minerales en el horno químico central, se transforman en productos de preciosa asimilación; las vetas auríferas, las cristalizaciones diamantinas, también arrojan al exterior sus productos de excreción, por esos inmensos orificios detectantes llamados cráteres; en resumen, se puede así con todas estas analogías, demostrar la similitud extrema entre Microcosmo y el Macrocosmo. Estas dos palabras, que eran solamente del dominio de la filosofía oculta, han tomado ya carta de naturalización en las ciencias positivas, y así se encuentra en la obra de texto que se tiene en la clase de Biología de la Escuela Normal para Profesores de México; y en Europa, parece que los hombres de ciencia rivalizan en dar amplitud en los estudios a que esos términos se refieren. En la última conferencia señalé a la ligera la relación que existe entre el Microcosmo y el Macrocosmo, y dije que el primero se divide en siete planos; expliqué esos planos, fundándome en el septenario aceptado por los Orientales tan maravillosamente descrito por Bessant; en el Universo es igual, pero los siete planos del Macrocosmo no los basaremos en los autores ocultistas, sino en los estudios de uno de los astrónomos más conocidos, dejando a mí inteligente auditorio el trabajo de establecer la relación entre ambos. El astrónomo a que me refiero es Laplace, él nos habla:

1º. de una substancia caótica.

2º. de condensación de esa substancia caótica en nebulosa.

3º. de resolución .de nebulosa.

4º. de formación de soles.

5º. de desprendimientos de planetas.

6º. de formación de sistemas planetarios, y

7º. de los planetas con sus satélites.

Este septenario es aceptado por todos los hombres de de; ida; tal es la cosmogonía de Laplace y verá el auditorio que cumplo fiel con el cometido de atenerme a las ciencias exactas y aceptadas.

Parece que Laplace se inspiró en el monumento literario más antiguo del entendimiento humano, el libro de Dzyan, síntesis de la doctrina ocultista, que forma la base de todos los sistemas filosóficos y de todas las religiones. En la primera hoja de papirus de ese libro se encuentra el símbolo sintético siguiente:… un círculo vació… el padre espacio…el caos… el ain soph, la substancia caótica de Laplace; en seguida un círculo en un ‘punto en el centro, el anupataca, el primer logos, la condensación en un punto del caos formando la primera nebulosa; después el círculo dividido por un diámetro, engendrado éste por un movimiento transversal del punto: es el espíritu divino, moviéndose sobre el haz de las aguas, señalado en el Génesis bíblico; después un círculo con un diámetro y un radio vertical hacia abajo: esto indica la condensación de la nebulosa, pesando más y más, hasta transformarse en materia; hay por fin, otro círculo atravesado por dos diámetros perpendiculares, que forman; la cruz, símbolo de la materia pesada.

La cruz y la rosa: la rosa, símbolo del infinito; la cruz, símbolo de la Naturaleza: agua, tierra, aire, fuego de los alquimistas; símbolo también del Verbo, encarnado, de la energía cristalizada en materia.

A cada paso oímos mofarse a los científicos del día, dé los antiguos astrónomos y alquimistas: dicen que aquellos ignorantes no tenían método científico; que cometían tal o cual error; pero la ignorancia está de parte de los doctos del día, que no ven sino lo que tienen inmediatamente delante de las narices; tras de la careta de positivistas. se esconden un sinnúmero de rutinarios fanáticos que critican lo que no conocen, pues si estudiaran un poco de ocultismo, verían que los antiguos sabios se valían de símbolos o mitos que es menester saber descifrar.

Muchas veces al traducir las palabras de. las obras antiguas no han sabido traducir el concepto. Cuando los antiguos hablan de cuatro elementos, no es porque no conocieran los elementos químicos que nosotros conocemos, sino que se referían solamente a los estados de la materia: quiero decir, sólido, líquido gaseoso y radiante.

Ellos llamaban al fosfato de fierro, tierra azul; al acetato de mercurio, tierra foliada; a la magnesia, tierra absorbente.

Aquéllos eran nombres populares; y si los químicos actuales se ríen de ello, no se ponen en el caso en que 1,000 anos más adelante, nuestros descendientes, al leer la palabra piedra infernal, pueden creer que el nitrato de plata nos infundía tanto terror, que lo creíamos salido del mismísimo infierno.

Al estudiar detenidamente las obras de los alquimistas antiguos, nos sorprende su adelantado saber. Así Agripa describe en el año 1510, el cuarto estado de la materia, el radiante, ha poco descubierto por el químico Crookes.

Por otro lado, teorías médicas de Paracelso, han servido de burla a los galenos durante siglos, y recientemente se ven obligados a aceptarlas como base de ciertas doc-trinas médicas. Lo que pasa con las obras de Paracelso, se repite con la mayor parte los alquimistas de la Edad Media; pero lo que hace llegar nuestra admiración a su colmo, es el leer la obra de Dzyan, cuya explicación del primer papirus acabo de describir, que sintetiza la involución triangular descendente del sello de Salomón. . . loa símbolos de las hojas siguientes son en los que Dzyan señala la evolución triangular del pentaclo salomónico y vuelta de la materia a su primer principio, disgregación de los átomos, desquiciamiento de los sistemas planetarios, irradiación de la materia pasando al estado etérico y de éste al caótico; y no se diga que esta es una fantasía quimérica: examinemos un hecho comprobado por una de las ciencias más exactas: la Astronomía.

Nuestro sol, en su séquito de planetas, se dirige con una velocidad extraordinaria hacia la constelación de Hércules: estos dos sistemas se semejan a dos gigantescos amantes que se atraen al través de los espacios infinitos anhelando un abrazo supremo, del cual surgirá quién sabe qué número de soles y mundos; dentro de muchos siglos, al encontrarse estos dos sistemas estelares en su ingente choque, se producirá un desarrollo tal de calor, que quedarán reducidos a materia radiante todos los astros que componen a ambos.

Esa materia incandescente constituirá una estrella temporal que, al enfriarse, producirá una nebulosa que evolucionará fragmentándose, como todos sus congéneres, en otros soles y planetas.

Vemos que este hecho, demostrado e innegable por las ciencias positivas, corresponde exactamente a la antigua verdad hermética: Cuando un sol muere otro nace. I. N. R. I. Igne natura renovatur integra.

Hemos terminado al ciclo del caos a la materia, de la materia al caos y de éste nuevamente a aquella por los siglos de los siglos. En los espacios infinitamente pequeños hay también soles y sistemas planetarios; la ley de Hermes Trimegisto es eterna e inmutable: sicut inferius, sicut quot superius. Lo que hay arriba, hay abajo: el hombre es sencillamente el reflejo del cosmos.

En consecuencia, tomemos un microscopio, y examinemos un glóbulo sanguíneo.

Veremos que ese glóbulo está formado de un zodíaco o envoltura. En seguida encontramos un núcleo, que es el sol, y después pequeños corpúsculos llamados cromatoplastos, que giran alrededor de ese núcleo.

Vemos asimismo que entre estos pequeños cromatoplastos que se mueven en torno de ese núcleo, hay seres muy pequeños que se agitan como si fuesen seres humanos y a los que llamamos microbios.

Ellos sin duda niegan la existencia del amo que los lleva y en el cual se agitan, siendo en tal caso, como ciertos hombres que niegan la existencia de Dios, aunque lo lleven en sí mismos.

Es menester comprender que nosotros estamos en relación con el infinito, o en otras palabras, nos encontramos frente a él, como estos pequeños habitantes microscópicos de un insignificante glóbulo sanguíneo se hallan frente al alma humana.

En consecuencia, poner en duda la existencia del absoluto, en el cual vivimos, es lo mismo que pudiera hacerlo una especie de bíbrión terrestre, que pretende que el sol y el zodíaco no existen, porque él no los ve.

Esta comparación es tan Justa desde el punto de vista humano, que creo que al establecerla consiga uno de mis objetos: excitar a mis oyentes al estudio comparativo del hombre y del Universo.

Sí, señores, la existencia de Dios es una realidad, lo Dios existe, pero no es lo que el vulgo supone, no es ni puede ser un ser personal sino la sustancia, que los conocimientos de los iniciados reflejan en sus mentes y sus corazones; es la chispa divina en nosotros. Los ocultistas alemanes en sus centros han adquirido la costumbre de nunca decir el Dios o Dios sino lo Dios, para expresar así, que Dios es una sustancia y no un ser.

Acabamos de ver la vida en uno de los elementos orgánicos, que forma el microcosmo: el glóbulo sanguíneo; ahora consideraremos la misma vida en uno de los elementos de los planetas que forman el organismo sideral.

Tenemos los minerales, cuya vida ha sido puesta en evidencia por el doctor Bolsch.

En efecto, si por medio de una barra metálica cualquiera cerramos el circuito de un galvanómetro interponiendo en él un aparato registrador semejante al que sirve para demostrar la contractibilidad muscular, obtendremos los fenómenos siguientes: haciendo pasar la corriente sin someter al metal a ninguna modificación, se obtiene un trazo recto regular; más si se modifica el metal, por medio de los vapores del cloroformo, la línea recta del trazo se transforma en una línea quebrada u adulada. Si por medio del ácido oxálico se ataca el mismo metal, toda manifestación de movimiento queda abolida: el metal ha muerto.

Esta experiencia demuestra que los minerales viven y tal vez sienten; pero no es solamente esto: Von Benedilet, Félix Jules, y cerca de nosotros un sabio mexicano que mencioné, en mí última conferencia, han demostrado, que las partículas minerales toman una forma organoide; principalmente este último profesor no hace todavía un año, ha podido obtener celdillas minerales, que nacen, crecen, se reproducen y mueren; estamos en los dinteles del Sancta Sanctorum de la vida; probablemente le tocará a México la honra de dar la última palabra en este estudio.

Una revista médica de Londres (*) advierte á los cirujanos de Calcuta que no lleven lancetas u otros instrumentos de cirugía a su país, pues ha sido observado por continuada experiencia, que el acero inglés no puede soportar el clima de la India, pues ya sea un manojo de llaves, un cortaplumas u otra cosa cualquiera de Inglaterra o’ Estados Unidos, se cubre completamente de orín antes de las 24 horas de haber llegado a Egipto, mientras los objetos fabricados con acero del país permanecen sin oxidarse.

Se ve, pues, que la vitalidad del metal, sufre los cambios de clima lo mismo que el ser humano.

La vida que habita en cada uno de las moléculas cósmicas, llámese cohesión, fuerza de afinidad o atracción universal, pone en relación a todos estos elementos, unos con otros, de tal manera que la partícula más pequeña de sustancia universal u orgánica no queda aislada en el gran conjunto cósmico, sino que está influenciada por las inmensas masas siderales al través del espacio-éter: quiero hablar de las influencias de los planetas y de los astros sobre las más pequeñas moléculas de nuestro sistema planetario. Nadie ignora que, sobre todo la gente del campo, para sembrar plantas y cortar árboles, respeta la influencia de la luna; y aunque por el otro lado aquellas creencias son señaladas como supercherías, tócanos a nosotros averiguar, qué hay de cierto a ese respecto.

(*) Isis sin Velo.

Los fisiólogos deben comprobar que el cuerpo no sólo se alimenta por medio del estómago y por la piel sino también de un modo imperceptible, por medio de la fuerza cósmica, que Paracelso llama sideral, y de la cual cada individuo extrae para sí mismo su nutrición específica.

Paracelso dice: «el hombre no sólo extrae la salud de los elementos, cuando éstos están en equilibrio, sino también la enfermedad, cuando están perturbados».

Los cuerpos vivos están sujetos a las leyes de atracción y de afinidad química, como la ciencia admite; la propiedad física más notable de los tejidos orgánicos, según los fisiólogos, es la propiedad de imbibición.

¿Por qué no admitir con los Kabalistas, que nuestro cuerpo absorbente, atractivo y química reciba dentro de sí mismo las influencias astrales o, como dice Paracelso, siderales? El sol y las estrellas nos atraen, y nosotros, recíprocamente, les atraemos.

Una observación curiosa respecto de la atracción universal por medio de la fuerza cósmica, entre todos los cuerpos del sistema planetario y entre todas las cosas así  orgánicas como inorgánicas, que a ellos pertenecen, se registra en un informe de un embajador francés en Siam (*). «En Siam, dice el diplomático en cuestión, hay dos especies de peces de agua dulce, llamados por los siameses, Pal-out y Pla-cadí.

Una vez salados y colocados, sin cortarlos, en la marmita, se les ve seguir exactamente el flujo y reflujo del mar, subiendo más o menos en la marmita, según el mar suba o baje. Mr. Loubert, que así se llama el que da estos detalles, hizo experimentos con estos peces durante mucho tiempo, en compañía de un

(*) Isis sin Velo.

Ingeniero del Gobierno francés, y de esta manera atestigua por la verdad de su afirmación, lo que al principio habla sido despreciado como una fábula baladí.

Tan potente es esta misteriosa atracción, que obra sobre los peces aun cuando sus cuerpos estén completa -mente podridos y caigan a pedazos.

Esta identidad de esencia a la cual podemos denominar «el espíritu de la materia cometaria, o fuerza cósmica» siempre permanece en relación directa con los astros de los cuales procede, y así existe una atracción mutua entre los dos: el ser humano y los astros, o entre el Microcosmo y el Macrocosmo, siendo ambos imanes.

La idéntica composición de la tierra y todos los demás cuerpos planetarios, con el cuerpo terrestre del hombre, queda comprobada por la teoría de unidad de materia.

El cuerpo procede de los elementos; el espíritu de la fuerza cósmica ó de los astros.

De los elementos saca el hombre sus alimentos y bebidas para el sostenimiento de su carne y sangre; la inteligencia y pensamientos se nutren de las materias emanadas de los astros.

El primer aserto ya ha sido comprobado por el espectroscopio… y llamaría la atención de los estudiosos sobre las obras de John Willíam Traper.

De las sustancias conocidas de que se compone el cuerpo del hombre, han sido descubiertas ya en los astros el hidrógeno, sodio, calcio, magnesio y hierro. .

En todas las estrellas observadas, que se cuentan por centenares, se ha encontrado el hidrógeno, excepto en dos.

De manera que el espectroscopio ha vindicado por lo menos una de las teorías de los Kabalistas antiguos y yo espero que con el tiempo demostrará las demás.

(*) Un sabio italiano, Folgeraiter, ha encontrado un medio de conocer las varias inclinaciones y declinaciones magnéticas que ha sufrido nuestro planeta después de más de tres mil años, pues sabido es que los polos magnéticos terrestres y los de rotación no coinciden, y que la brújula varía, no indicándolos por lo tanto.

Para averiguarlo el sabio italiano con un aparato de su invención se vale del examen de las especies arqueológicas de barro, de la siguiente manera:

Sí elevamos a unos 800 grados un objeto de barro, un ladrillo, por ejemplo, al enfriarse adquiere por inducción del campo electro-magnético de la tierra, una imantación mesurable y permanente.

Por tanto, si de antemano, conocemos la posición que tenía el ladrillo en el horno en tal momento, se puede determinar cuál sería, a la sazón, la dirección de dicho campo inductor.

Con frecuencia sabemos, respecto de los barros artísticos de la antigüedad, su posición más probable, eliminando aquellas otras que dados sus ornamentos, no pudieron tener durante el cocimiento.

La posición vertical es en ellos, por otra parte, la más lógica.

El sabio italiano ha comprobado también que cada uno de los ladrillos de un antiguo muro romano no han perdido su primitiva imantación al salir del horno. Colocados azahar en la construcción, han conservado sus respectivas imantaciones sin sufrir lo que pudiera llamarse imantación general del muro.

(*) De la Revista «Verdad». Buenos Aires.

Hasta fragmentos de una misma vasija recompuesta, han mostrado en las experiencias del doctor Arezzo una orientación magnética común, la de su eje, lo que ha permitido á David Brunches adivinar hasta la cantera de su procedencia.

Vasos etruscos, ocho siglos anteriores a Cristo, han informado a Folgeraiter, de que la inclinación magnética en la Italia de entonces no era boreal como hoy, sino austral. Dos siglos después, según otros vasos ulteriores, .por Italia pasaba el ecuador magnético.

La declinación magnética, que es otro de los datos del problema, nos la dan a su vez aquellos muros que en época conocida han sufrido el calor de un incendio; y este criterio se ha aplicado también en Geología por Brunches a los basaltos y otras sustancias afectadas por las erupciones volcánicas.

No se necesita una inteligencia excepcional para comprender, por lo expuesto, que el estudio sistemático de los múltiples barros históricos de diferentes épocas, de fechas bien conocidas, que guardan nuestros Museos, nos dará observaciones exactas, infalibles acerca de la orientación del magnetismo, o fuerza cósmica de nuestro planeta en sus épocas retrospectivas: cuál egipcia, cuál romana, cuál griega, cuál incaica, o azteca; y que del conjunto de todas aquellas surgirá evidenciada la ley o «ciclo de sus seculares variaciones. Pero ya entonces podremos invertir el problema; y conocida la ley y averigua la orientación magnética que cada viejo cacharro acusa, llegaremos a determinar la fecha exacta del cacharro mismo, por encima; de todas las disquisiciones arqueológicas, de todas las disputas bíblicas, al inapelable fallo de la ciencia experimental magnética.

En resumen Señores, vemos que existe una sustancia universal, llámese magnetismo terrestre, fuerza sideral astral o cósmica; que ella sea el Pan de los griegos, el Ain soph de los hebreos, que represente el dios monista de Haekel, el Noumenus de Kant, parece una sustancia que compenetra los espacios intermoleculares, así como los espacios infinitos que separan los mundos, los espacios interatómicos o intercelulares del cerebro humano, así como las partículas que separan los átomos de la fotosfera solar;.esta sustancia que vibra con el éter produciendo los admirables colores del espectro y viene a comunicarse c;; la paleta de Miguel Ángel, de Murillo o Rafael, para producir la verdad de la forma que es la belleza o la armonía de los colores.

Esa sustancia, que en el clavicordio de Mozart, Castro, Beethoven, Wagner y Straus, hace brotar melodías, armonías ingentes que elevan al espíritu y lo acercan a la belleza eterna y absoluta; esa fuerza, que en la boca de Demóstenes, de Mirabeau, de Castelar, Núñez de Arce, Rubén Darío, o Gutiérrez Nájera, se transforma en torrentes de vida, que transportan a las multitudes y encarnan la omnipotente energía de la idea. Esa fuerza es perfume en la violeta, rubor en la virgen, acierto en el manejo administrativo de Don Porfirio Díaz, atracción en los astros, ideas en el sabio.

Lo Dios en el cosmos, que no debemos aceptar con la fe ciega del carbonero sino analizar (*) con el matraz de la química trascendental.

(*) Para nuestro cerebro limitado no es posible analizar a Dios ilimitado: para comprender a Dios es menester elevarse a Dios, porque sólo Dios a sí mismo se comprende; pero lo sentimos en nosotros al comprender en todo lo bueno, justo y exacto; así el pintor los percibe en la armonía de los colores, el matemático lo define como una integral y siendo el hombre la diferencial o; para estar más exacto, sabemos que en álgebra calculamos con potencias. Así. por ejemplo a como base a la potencia 1 representa la línea, o un cuerpo con una dimensión; a la potencia 2 representa el plano o un cuerpo con dos dimensiones; a la potencia 3″ un cuerpo con tres dimensiones.

Hasta acá podemos llegar con nuestros sentidos. Con nuestra inteligencia calculamos con dimensiones más alta, llegamos hasta la potencia infinita.

Si nuestra inteligencia admite esto en la matemática, la ciencia, por consiguiente, debe admitir bajo cualquier nombre a Dios, como a la potencia infinita.