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La comprensión

La comprensión

El término comprensión se deriva de “comprender” (del latín comprehendere) que significa, abrazar, ceñir, rodear por todas partes una cosa, o bien entender, alcanzar, penetrar. A partir de aquí podemos inferir que en nuestra vida cotidiana esta facultad de penetrar, entender o abarcar un concepto, hecho, cosa, etc. puede tener diferentes grados.

Cuando alguien dice: «Ya comprendo…» Podemos entender que ha abarcado algo del tema o hecho que se le refería, que ese hecho lo ha acoplado a su manera de ver las cosas, que lo ha encajado en algún lugar de su psique con coherencia, pero que puede estar muy lejos de haber abarcado por completo el tema.

Esto lo podemos ver más claro si nos plateamos el siguiente ejemplo: En la escuela, el profesor se plantea enseñar a sus alumnos la fórmula de la longitud de una circunferencia, L=2 r. En este caso, podemos suponer que el profesor ha profundizado en la fórmula y es el que va a guiar a sus alumnos por el camino que él mismo ha seguido y le ha servido para entender esa fórmula.

A partir del momento en que el profesor empieza a dar los pasos para enseñar el camino hacia la comprensión de esta fórmula, vemos que muchos alumnos se van quedando atrás y por este motivo se van diversificando los grados de comprensión de esta fórmula. Unos alumnos memorizarán la citada fórmula sin entender su significado. Otros comprenden el significado de los términos y los memorizan, pero no encuentran la forma de aplicarlos a la vida real, se quedan sólo en el papel.

Sólo algunos, a base de esfuerzo, movidos por un interés especial hacia el tema, seguirán los pasos indicados por el profesor y podrán aplicar este conocimiento a su vida, calculando diversas longitudes de circunferencias y recordando la fórmula con muy poco esfuerzo de memorización.

Con este ejemplo vemos que los diferentes grados de entendimiento alcanzados por los alumnos depende del grado de profundización en dicha fórmula, provocado por el interés que tengan, llevados por una motivación interior del alumno, y que esta profundización es gradual, se va ascendiendo poco a poco a base de razonamiento y reflexión.

Pero aún podríamos llegar más lejos del simple razonamiento y si pusiéramos en funcionamiento las facultades superiores del entendimiento como son la imaginación creadora, la inspiración y la intuición llegaríamos al fondo, llegaríamos a la verdad contenida en esa fórmula y alcanzaríamos el grado máximo de comprensión.

Por tanto vemos que cuando se comienza el camino de la comprensión de alguna idea, objeto, hecho, sentimiento, etc., hay muchos niveles, siempre existen grados y grados en la comprensión. Estos niveles se ascienden gradualmente conforme el objeto de la comprensión, aquello que queremos comprender, se va abarcando, rodeando, analizando a éste desde diferentes puntos de vista o ángulos.

Si observamos una caja, por ejemplo, la percibimos desde un ángulo determinado y a una distancia, y de esa impresión inferimos unas conclusiones determinadas. Pero existen más ángulos de visión y diferentes distancias. Nos podemos acercar y observar desde otro ángulo, podemos tocarla, oír su sonido, sentir su superficie, escuchar el sonido que produce al golpearla, etc., y de esta manera es muy posible que cambie la primera impresión recibida, de forma que hayamos conseguido un mayor conocimiento sobre este objeto.

Por tanto vemos que la comprensión es como una escalera hacia el conocimiento. En este ascenso, se va apartando velos que nos descubren aspectos desconocidos hasta entonces de ese hecho, idea, etc., que era el objeto de nuestra comprensión. Ascendiendo por esta escalera del conocimiento llegamos a descubrir la verdad de todas las cosas, lo real.

Si volvemos al ejemplo anterior, y nos imaginamos el hecho concreto de estar observando un objeto cualquiera, vemos que esta observación, este darse cuenta que existe un objeto delante de nosotros, el llevar la atención a este objeto, no puede hacerse si no existe la acción de la conciencia.

La conciencia debe permanecer activa en nosotros, ya que si permitimos la acción de la mente subconsciente, si nos identificamos con ese objeto y permitimos en nuestro interior la fascinación, llegamos al sueño profundo, nos alejamos definitivamente de la acción que nos habíamos propuesto, que era observar y analizar ese objeto.

Así tenemos que la verdadera comprensión, en la comprensión profunda, en la íntima comprensión de fondo, sólo hay íntima presión de la conciencia, presión constante nacida de la Esencia que llevamos dentro.

Comprender es algo inmediato, directo, algo que vivenciamos intensamente, algo que experimentamos en profundidad y que se convierte en el verdadero origen o resorte íntimo de la acción consciente. Esto podemos observarlo en algunos momentos de nuestra vida, cuando la conciencia recibe un choque, cuando vivenciamos algo intensamente.

En estos casos es difícil que se borre el recuerdo, la imagen, de esa vivencia. Por ejemplo cuando alguien tiene un accidente de automóvil, una discusión acalorada con un amigo o familiar, el día de la boda, el nacimiento de un hijo, la muerte de un familiar, etc. Estos hechos son difíciles de borrar de nuestro interior.

Son momentos en que nuestra conciencia recibe un choque y puede estar activa. En esos momentos se puede alcanzar la comprensión. Es así como debe estar nuestra conciencia cuando queremos comprender: en actividad.

El hombre no debe hacer nada sin comprender, cuanto más comprenda lo que hace, tanto más valor tendrán los resultados de sus experimentos y esfuerzos. Un hombre tiene que asegurarse por sí mismo de la verdad de lo que se le dice, y en tanto que no haya adquirido esta certidumbre, tiene que saber trabajar comprensivamente y pasar esos datos a la conciencia para adquirir un conocimiento válido y no basado en el mero intelectualismo.

En este punto es interesante que distingamos la clara diferencia entre el ser y el saber.

El desarrollo de la línea del saber sin un desarrollo correspondiente de la línea del ser nos lleva a saber mucho pero a no poder hacer nada. Un hombre que no comprende lo que sabe es un hombre que no aprecia, es decir: incapaz de evaluar las diferencias entre uno y otro tipo de saber. Pero como contrapunto, el desarrollo de la línea del ser sin un correspondiente desarrollo del saber produce un «santo estúpido».

Es un hombre que puede hacer mucho pero no sabe qué hacer ni con qué; y si sabe hacer algo, actúa esclavizado por sus sentimientos subjetivos que pueden desviarlo y hacerle cometer graves errores.

Es necesario estudiar mucho y adquirir conocimientos, pero también es urgente desarrollar en nosotros el Ser Espiritual. El conocimiento, sin el Ser Espiritual bien desarrollado en forma armoniosa dentro de nosotros, viene a ser la causa de eso que se llama «bribonismo».

El Ser bien desarrollado dentro de nosotros, pero sin conocimientos intelectuales de ninguna especie, da origen a «santos estúpidos». Un «santo estúpido» posee el Ser Espiritual muy desarrollado, pero como no tiene conocimientos intelectuales, no puede hacer nada, porque no sabe cómo hacer.

El conocimiento intelectual, sin el Ser Espiritual bien desarrollado, produce confusión intelectual, perversidad, orgullo, etc.

Durante la Segunda Guerra Mundial, millares de científicos desprovistos de todo elemento espiritual, en nombre de la ciencia y de la humanidad, cometieron crímenes espantosos con el propósito de hacer experimentos científicos.

Para captar esta distinción, la diferencia entre el ser y el saber, es indispensable comprender la relación que tienen éstos (el ser y el saber) con la comprensión. El saber es una cosa, la comprensión es otra. Pero la gente confunde o no ve clara esta diferencia.

El saber por sí solo no da comprensión. La comprensión no se puede aumentar por el solo acrecentamiento del saber. La comprensión depende de la relación de equilibrio entre el ser y el saber. Por consecuencia el ser y el saber no deben divergir demasiado, de otra manera la comprensión se encontraría muy alejada de ambos. La comprensión no crece sino en función del desarrollo del ser. Con el pensamiento ordinario no distinguimos entre saber y comprensión.

Debemos comprender la labor que estamos realizando sobre nosotros mismos; en la gnosis, ante todo, se necesita hacer Conciencia de lo que es el saber esotérico-gnóstico iniciático, y lo que es la comprensión. Obviamente, sólo del ser y el saber, debidamente unificados, surge la llamarada de la comprensión creadora.

El ser y el saber son diferentes. Alguien puede tener mucha sapiencia, puede saber proyectar y construir edificios, puede conocer la Medicina, la Jurisprudencia, o podría haber estudiado en diversas escuelas de tipo pseudo-esotérico, pseudo-ocultista, y poseer una gran erudición; pero podría suceder, que esa persona tuviera una moral y ética muy bajas, o equivocadas.

A esa persona, de nada le serviría todo su saber si no ha desarrollado su ser. Incuestionablemente, lo más importante para los que recorremos el camino de la gnosis, es el ser. ¿De qué serviría poseer una gran erudición si no hemos desarrollado el ser interno, si poseemos defectos horripilantes? Alguien puede haber estudiado muchas obras en la senda esotérica, y todavía es capaz de robar, es capaz de fornicar y adulterar…

Obviamente puede saber mucho yoga, puede haber leído mucha teosofía, pero, ¿de qué le sirve eso? Lo más importante es el ser.

Es indispensable asimilar, necesitamos comprender la gnosis, pero hay que equilibrar el ser y el saber, pues si el saber es mayor que el ser, no hay equilibrio; si el ser es mayor que el saber, tampoco hay equilibrio. El ser y el saber necesitan equilibrarse; sólo así surge la comprensión.

Es vital comprender, y a medida que avanzamos (auto-explorando todas las partes de nuestro ser), la comprensión va surgiendo cada vez más y más en nosotros; eso es obvio.

La comprensión nos lleva muy lejos en nuestros estudios. En todo caso, luchamos por la integración del ser, queremos la desintegración del ego. Por lo tanto, urge trabajar profundamente sobre nosotros mismos.

Pero hemos de saber que recordar hechos, vivencias, ideas, conceptos, números, etc. no es comprenderlos. Debemos de distinguir los conceptos de memoria y comprensión.

Los maestros y maestras quieren que sus alumnos almacenen en su memoria las explicaciones, los textos escolares, definiciones, nombres, fórmulas matemáticas, conductas éticas, formas de comportamiento social, etc.

Es necesario cambiar la forma de enseñanza, hay que entender que repetir como un radiocasete todas las grabaciones hechas en la memoria, no significa haber comprendido a fondo.

Cuando un alumno reproduce fielmente lo memorizado se le felicita, supera la prueba. Se le evalúa satisfactoriamente, cuando a lo mejor sólo repite y no ha reflexionado sobre lo dicho, de forma que estos datos se puedan amoldar a nuevas situaciones.

Si retomamos el ejemplo antes citado, en el que se intentaba enseñar a los alumnos la fórmula de la longitud del círculo y su aplicación práctica, vemos que algunos alumnos (y es una situación corriente en las escuelas), memorizan la fórmula sin saber exactamente su significado y aprenden el mecanismo de sustitución de los números por las variables o letras que componen la fórmula.

En estos casos es fácil encontrarse con que no saben aplicar dicha fórmula a su vida diaria y si se les presentara el caso de tener que calcular la distancia que recorre su bicicleta contando las vueltas de sus ruedas no sabrían solucionarlo, aun teniendo en su memoria la fórmula L=2 r.

Con ese conocimiento en la memoria, la mayoría de alumnos no han sido capaces de amoldarla a la situación real. Este es un ejemplo claro de falta de comprensión, pero en sus primeros niveles, ya que abarcar o comprender por completo dicha fórmula, llegar al más alto grado de comprensión nos obligaría a pasar por los escalones de la imaginación creadora, inspiración e intuición como luego veremos.

Nos preguntamos si en realidad en las escuelas se está llegando a comunicar el conocimiento profundo o simplemente se está cumpliendo un papel de relleno y compromiso. El propósito de la educación debería centrarse en cultivar la naturaleza superior del hombre. A desarrollar al hombre en su totalidad.

Como nos dice Swami Sivananda, la cabeza el corazón y la mano deben ser entrenadas a la vez por medio de una educación artística, científica y práctica. Debe llevarse a cabo un desarrollo armónico del cuerpo, la mente, el intelecto y el espíritu.

La educación debe dirigirse a fomentar una vida plena y un pensamiento elevado. Para ello, padres y maestros deberían enseñar a los niños a pensar por sí mismos en forma independiente. Limitarse a la mera repetición, sin pedir que haya una reflexión lo más profunda posible, es crear autómatas que sólo imitan.

Así la mente no puede ser creadora, no puede ser libre. Habría que facilitar oportunidades para desarrollar el poder creador.

Existen hoy en los hogares y en las escuelas, la perniciosa tendencia de modelar la mente plástica y dúctil de los niños. Es absurdo que personas adultas, llenas de perjuicios, preconceptos anticuados, etc., atropellen la mente de los niños y jóvenes, tratando de moldearles la mente de acuerdo a sus ideas rancias, torpes y anticuadas.

Cuando no se reflexiona, ni se llega a la comprensión de una teoría, es que se acepta de forma dogmática y se queda condenada en el sepulcro de la mente, no pasa a la conciencia. El esfuerzo debe ir dirigido a la conciencia, no únicamente a la memoria.

Los resultados obtenidos en el trabajo, en cualquier acción que se emprenda, son proporcionales a la conciencia que uno tiene de ese trabajo o acción. Por ejemplo, sabemos que se puede encontrar mucho conocimiento por medio de la lectura, pero «no sabemos leer».

Si hubiéramos comprendido todo lo que hemos leído en sus niveles más profundos, tendríamos mucho conocimiento.

Cuando leemos algo mecánicamente, pronto lo olvidamos, y podemos comprobar cómo solamente aquello que más nos ha impactado, que ha llegado a la Conciencia, es capaz de recordarse siempre.

Las gentes que viven sólo leyendo y leyendo mecánicamente, las gentes que gozan almacenando teorías entre las bodegas de la memoria, destruyen la mente, la dañan miserablemente. Muchos leen un libro y luego lo depositan entre la memoria, satisfechos por haber acumulado más información; pero cuando se les llama a responder por la doctrina escrita en el libro que leyeron, resulta que desconocen la profunda significación de la enseñanza.

Pero el Yo quiere más y más libros, aunque no haya vivenciado la doctrina de ninguno de ellos. Por lo tanto vemos que un aspecto importante de la comprensión es la vivencia, la experimentación de aquello que en un principio se ha depositado en la memoria.

Esas experiencia así trabajadas se transforman en comprensión. Así vemos que lo que vulgarmente se dice «tengo mucha experiencia en la vida», o «después de todo lo que yo he vivido», etc., no tiene valor si no se ha legado a su comprensión profunda.

Las personas mayores, normalmente, viven en el pasado, son el resultado de muchos ayeres, los ancianos ignoran totalmente el momento en que vivimos, los viejos son memoria acumulada, por eso cuando nos hablan de su experiencia en la vida, esta se basa sólo en recuerdos almacenados en su memoria.

El corazón del animal intelectual no se vuelve mejor con los años, sino peor, siempre se vuelve de piedra, y si en la juventud fuimos codiciosos, embusteros, iracundos…, en la vejez lo seremos mucho más.

En el mundo han existido, y existen actualmente, algunos ancianos maestros que no tienen siquiera los últimos residuos del Yo. Estos son la perfecta expresión de la sabiduría. Estos ancianos sublimes han iluminado el mundo desde los antiguos tiempos.

Recordamos a Buda, Moisés, Hermes, Aristóteles, Pitágoras, Platón, etc., y ya en nuestros tiempos tenemos todo el conocimiento dejado por los VV. MM. Samael y Litelantes, que con su ejemplo de vida ilumina y da sabiduría a quien sabe captar.

La memoria, tal y como la utilizamos normalmente, es mecánica, o sea, a lo largo del tiempo, la memoria ha ido creando diversos mecanismos de funcionamiento y almacenamiento de datos, de forma que las impresiones que recibimos a través de los sentidos siempre se almacenan de la misma manera.

La mente tiene moldes que nos hemos ido creando con el tiempo, o, como ya hemos explicado antes, que nos ha creado la educación.

Los datos que recoge la memoria mecánica no son transformados, no han pasado un proceso de digestión (transformación de impresiones), de forma que los defectos psicológicos desfiguran estos datos y nos falsean la realidad, por lo que no podemos llegar, de esta forma, a una profunda comprensión de los hechos.

Todo esto lo podemos ver en hechos de nuestra vida cotidiana. Cuando sucede un evento determinado, como puede ser un viaje, una fiesta, un accidente, una reunión, etc., si contrastamos la opinión con otras personas vemos que nunca coincide con la nuestra.

En todos estos casos siempre se darían diferentes versiones de los hechos, debido a que siempre se captan con la mente sensual o intermedia, acostumbrada a funcionar en cada persona de una manera diferente según su personalidad, educación, carácter, etc.

Todo lo que hacemos en la vida, nuestras acciones, pensamientos, sentimientos…, se amoldan a los recuerdos. Modificamos nuestras acciones para que coincidan con los recuerdos acumulados en la memoria. Para cada estimulo recibido tenemos una respuesta aprendida y de esta manera la realidad no se ve tal y como es.

Así se está muy lejos de la comprensión del mundo, del conocimiento de lo real. Eso de acomodar la acción al recuerdo, eso de tratar de modificar la acción para que coincida con los recuerdos acumulados en la memoria, es algo artificioso, absurdo, sin espontaneidad y que inevitablemente sólo puede conducirnos al error y al dolor.