El mensaje de los santos y profetas de todos los tiempos, es el mensaje del amor, del servicio desinteresado.
La vida de servicio desinteresada y de sacrificio, acompañados de oración y meditación diarias, constituye la forma más elevada de religión.
La religión es la vida, pero una vida de sacrificio. Uno puede realizar los ritos religiosos, pero ser anti-religioso en su corazón y en su conducta.
La verdadera religión es la del corazón, y éste a de ser purificado primero. Hay que practicar la religión del corazón, y construir el edifico del amor dentro de sí mismo.
Debemos expandir el corazón, y conservar un lugar en él para todos, incluso para quien planea herirnos o quien desenvaina su espada para cortar nuestra garganta.
El espíritu de servicio debe estar siempre arraigado en el corazón. A de ser innato e inherente. No debe reducirse a una mera exhibición.
El servicio es amor expresado por medio de la acción. El amor, el conocimiento y el servicio son igualmente necesarios para un desarrollo completo de la vida divina.
El corazón, la cabeza y la mano deben desarrollarse armónicamente. Debemos tener la mente de un Sri Sánkara, el corazón de un Budha y la mano de un Sri Yánaka. Los tres, caballos que tiran de este cuerpo son: la acción, la emoción y el intelecto y deben actuar en perfecta armonía. La bondad pasiva no es suficiente por sí sola. El aspirante debe permanecer siempre en acción. Pero hay que realizar todas las acciones de una forma desapegada, con el espíritu de dedicación a la divinidad.
El plan de Dios para el desarrollo humano es el trabajo.
El amor a Dios y el servicio al hombre es el secreto de una vida auténtica. El significado de una vida verdadera es servicio y sacrificio. La vida está creada para el servicio y no para el egoísmo. Ciertamente la vida es servicio y sacrificio. Es amor. Es relación con los demás. Nuestro destino es Dios. Vamos en busca de nuestra herencia perdida. La verdadera meta de la vida es retornar a la fuente a la que pertenecemos.
Desgraciadamente la vida humana está llena de tristeza, dolor y esclavitud. Está llena de defectos, debilidades y limitaciones. Está llena de odio, celos, egoísmo, maldad, engaño, competición, luchas, desilusión, desesperación, crueldad, enfermedad y muerte. En realidad, esta vida es un juego de luces y sombras. Tras los llamados placeres, hay dolor, miseria y sufrimiento.
La vida mundana es ilusoria y transitoria. La experiencia mundana no encierra ningún valor ni realidad. Solo Dios es real. Es preciso añadir el Atman a esta vida.
La vida en lo eterno es la vida abundante. Esta vida está libre de tristezas y de dolor. Está llena de sabiduría y de dicha eterna.
La mayor belleza de la vida es el sacrificio del interés propio más querido.
La vida es una gran escuela para aprender muchas lecciones muy útiles, y para el desarrollo del carácter y de las virtudes divinas. La vida es una escuela en la que cada tristeza, cada dolor y cada aflicción enseñan una lección preciosa.
El mundo es nuestro mejor instructor, nuestro mejor maestro. El mundo es el mejor lugar de entrenamiento para el desarrollo de diversas virtudes como la misericordia, la nobleza, la buena voluntad, la compasión, la benevolencia, la paciencia etc.
El mundo nos da la posibilidad de acabar con nuestra naturaleza inferior constituida por el egoísmo, la ira, el odio, los celos etc. Hay que vivir una vida de renunciación, de autosacrificio y de sacrificio por la humanidad.
La vida humana no es tal si está desprovista de virtudes. Nuestra vida debe adherirse estrictamente al Dharma.
La sal de la vida es el servicio desinteresado. El pan de la vida es el amor universal. La vida no se vive ni se realiza plenamente, si no servimos ni amamos a toda la humanidad. El secreto de la vida autentica yace en el amor a Dios y el servicio a la humanidad. De esa forma el poder divino fluirá a través nuestro como una fuerza vivificadora.
Hay que cultivar un corazón sensible, una mano generosa, una palabra amable, una vida de servicio etc. De ésta forma nuestra vida será una verdadera bendición.
Hay que hacer de la vida un gozo constante. Hay que gozar con la caridad.
Debemos considerar cada día como si fuese el último, y utilizar cada segundo para el servicio a los demás, haciendo que nuestra vida se convierta en un servicio constante. Cuanto más energía pongamos en elevar y servir a otros, más fluirá la energía divina hacia nosotros. Debemos servir a la humanidad con actitud devocional, y el cáncer de la individualidad, y de la separatividad se disolverá.
¿Cuál es el objeto del servicio? ¿Por qué servir a la humanidad que sufre? ¿Por qué servir a la sociedad y al país?. Por medio del servicio purificamos el corazón. El egoísmo, el odio, los celos etc. desaparecen. Se desarrolla humanidad, amor, compasión, tolerancia y misericordia. Es aniquilado el sentimiento de separaciones. Se erradica el egoísmo y se consigue una amplia perspectiva de la vida. Se comienza a sentir la “Unidad de la vida, y poco a poco se da uno cuenta del “Uno en todo” y el “Todo en uno”. Se consigue de esta forma una alegría sin limites.
El primer paso en la senda espiritual es el servicio desinteresado a la humanidad. El servicio desinteresado es la consigna en el camino de la salvación.
El servicio desinteresado purifica el corazón y lo prepara para recibir la luz divina.
Entreguémonos al servicio desinteresado. Alimentemos al desesperanzado. Animemos al deprimido. Sequemos las lagrimas del afligido. Disipemos la tristeza del desconsolado con palabras amables y cariñosas. Hagamos a otros sonreír cuando estén desesperados.
Seamos una luz para quienes se hayan desviado del camino. Hagamos de médico o de enfermero para con los pacientes afligidos. Seamos una barca y un puente para quienes anhelan alcanzar la otra orilla de la inmortalidad.
Que nuestros ojos miren con amabilidad, que nuestra lengua hable con dulzura, y que nuestra mano toque con suavidad. Seamos tan compasivos como el Budha.
Alimentemos nuestra mente con pensamientos divinos, nuestro corazón con pureza y nuestras manos con servicio desinteresado.
Dios concibió un plan universal en el que cada uno tenemos un papel que interpretar. Es necesario interpretar adecuadamente el papel en esta representación mundana. El mejor papel para interpretar consiste en hacer a los demás verdaderamente felices, en pronunciar una palabra útil, en realizar una acción amable, en servir un poco, en secar las lagrimas de quien está afligido, en allanar el sendero áspero de otros, en considerar por igual y adorar al pobre, al abatido y al oprimido. Amar a todos. Cosecharemos así más beneficios que haciendo un millón de austeridades u oficios religiosos.
Debemos considerar la felicidad de nuestro prójimo como la nuestra propia, y considerar el dolor de nuestro prójimo como él nuestro propio.
Todo servicio es hueco si no hay en él amor, afecto, sinceridad y devoción (Bhava). Si servimos con devoción (Bhava) y amor, Dios estará dentro de uno. Jesús, Budha, Mahoma, etc., sirvieron. Todos los maestros, profetas etc. De todas las épocas practicaron esto.
Los maestros aman a todos los seres como a su propio ser. Son desapasionados y misericordiosos, y sirven a todos. Nunca piden pero siempre dan.
El amor constituye la respiración misma del maestro. La misericordia es su misma naturaleza. La compasión desborda su corazón. No se fija en las faltas de los demás. Devuelve bien por mal y bendice a quienes le maldicen.
El corazón de un maestro es una llama de amor, y todo su ser anhela la elevación de la humanidad. Se olvida de sí mismo por entero y vive enteramente para los demás.
El maestro contempla la unidad en la diversidad. Está unido a todo el mundo. El maestro es joven entre los jóvenes anciano ente los ancianos, niño ente los niños. Él siente el dolor y el sufrimiento de quienes sufren.
Un maestro está siempre de buen humor. No tiene deseos, y por eso está siempre feliz. La felicidad de un sabio liberado no consiste en el placer sensual sino en la dicha átmica del Ser. Disfruta de todo el mundo simultáneamente. Su felicidad no puede medirse en el tiempo. Es una dicha trascendental.
El maestro es el superhombre más benevolente. Es extremadamente amable y compasivo. Eleva enseguida a cuantos entran en contacto con Él y les eleva por medio de su pensamiento. Es el único verdadero amante de la humanidad, pues siente la presencia de Dios en todo. Ama a su prójimo como así mismo. Solamente un maestro realiza un verdadero servicio desinteresado, pues siente la presencia de Dios en todos los seres. Es el verdadero altruista y humanitario.
El discípulo sediento y hambriento de sabiduría está siempre en el servicio a su Gurú.
Vivirá para servir al gurú o maestro. Buscará las oportunidades. No espera a que se lo pidan. Se ofrecerá voluntariamente para servir al gurú.
Sirve a su maestro humilde, voluntaria y espontáneamente, sin arrogancia ni pesar, incansable y amablemente. Cuanto más energías gaste el discípulo en servir a su gurú, más energía divina fluirá hacía él.
Quien sirve al maestro sirve al mundo entero. Hay que servir al gurú sin ninguna motivación egoísta. Debemos analizar los motivos internos mientras sirvamos al gurú. El servicio al maestro debe hacerse sin esperar nada a cambio, ni poder, ni riqueza.
La relación entre el maestro y el estudiante debe ser similar entre un padre amable y su devoto hijo. No debiera ser de naturaleza comercial.
Muchos son los maestros que han venido a ayudar a la humanidad, en todas las épocas. Así por ejemplo tenemos al Budha Sakyamuni.
Budha fue uno de los hombres de mayor benevolencia y humanitarismo que el mundo haya nunca conocido.
La benevolencia y el humanitarismo son los puntos clave de todos los movimientos religiosos del mundo.
Budha tenía un gran corazón, era un hombre único, dispuesto siempre a ofrecer su vida por los animales para evitar su sacrifico.
Una vez le dijo al rey: “Si el sacrificio de un cordero te ayuda a ir al cielo, sacrificar a un hombre te ayudará mucho más. ¿Por qué no le sacrificas entonces?”.
Budha ha dejado una impresión indeleble en este mundo gracias a su extraordinario sacrificio y su gran renunciación.
Poseía un corazón cándido, amable y misericordioso. Su corazón sufría realmente cuando veía el mínimo dolor en una hormiga, en un gusano o en un perro.
En su nacimiento anterior había llegado a ofrecer su propio cuerpo como alimento a un feroz animal hambriento.
Los diversos actos de amabilidad realizados a lo largo de varios nacimientos anteriores nos convierten en Budha.
Imitemos el ejemplo de Budha, y de todos los grandes maestros.
Pongámonos a trabajar cuanto antes y propaguemos, este evangelio del amor cósmico por todo el mundo.
Dejemos que el mensaje espiritual de la unidad y la llamada divina hacia el amor, la amistad y la cooperación alcancen los corazones de todos y despierten el amor y la fraternidad en el seno de la humanidad.
No hay dharma mayor que el amor. No hay conocimiento más grande que el amor. El amor es el camino más inmediato hacia la verdad. Constituye la suma total de todos los deberes religiosos. Es una varita mágica con la cual se puede conquistar el mundo entero.
Amar a alguien para obtener algún beneficio egoísta es un amor interesado. Amar a todos los seres, como manifestaciones de Dios, constituye un amor puro. Ese es el amor que conduce a la liberación.
No existe en ningún amor interesado felicidad, porque no hay en él elemento alguno de sacrificio.
En todo amor terreno hay un vacío, una nota disonante, una duda oculta. Pero el amor puro es rico, profundo, pleno e intachable. Es eterno, inmutable e infinito.
El amor es sacrificio. Amar es compartir y servir. El amor es la esperanza de este mundo oscuro y solitario.
Este mundo necesita líderes llenos de simpatía, espíritu de cooperación, amor, sacrificio, compasión y tolerancia.
En el cultivo de este amor cósmico yace el progreso espiritual individual, el bienestar de la comunidad y la paz del mundo entero.
El amor es la ley de la vida. Amar es cumplir la ley, y cumplir la ley significa paz eterna y felicidad perdurable.
Este mundo ha surgido del amor. Existe en el amor. Se disuelve finalmente en el amor. El amor es la fuerza motivadora del universo.
Cuando percibimos a todos los seres como cercanos a nosotros, sentimos que todos ellos deberían poseer la felicidad.
Este tipo de sentimiento o deseo es imparcial, en tanto que abarca a todos los seres. Mientras que nuestro amor actual, limitado a nuestros propios amigos a nuestra propia familia, en términos generales, está influido por el apego ignorante. Es parcial, egoísta.
Cuando comprendemos, lo que es el amor, nuestra humanidad es más fuerte. Así pues, cuando nos volvemos imparciales a las personas, desapegados, no negamos nuestra humanidad, si no que nos hacemos más humanos.
El amor es un cordón de oro que ata un corazón a otro y un alma a otra. El amor es constructivo y creativo. Es el principio de la regeneración.
Es una verdadera sustancia que puede utilizarse con confianza. Quien aplica la ley del amor con precisión puede hacer maravillas. La ley del amor prevalece entre los santos y los hombres de luz.
Una vida sin amor es una triste perdida, es la verdadera muerte.
El amor vibra en forma de servicio, caridad, generosidad y benevolencia.
Veamos en ejemplos que todas las complicaciones y desórdenes de este mundo se deben a la falta de amor mutuo entre los hombres.
Empezando por el hogar, si los hijos no sienten un sentimiento filial hacia sus padres originarán desorden.
Cuando un hijo se ama a sí mismo y no ama a su padre, le ocasiona perjuicios a éste y busca su propio beneficio. Cuando un hermano menor se ama a sí mismo y no ama a su hermano mayor, perjudica a este último y busca su propio provecho.
Cuando el padre no es bueno con su hijo, cuando el hermano mayor no lo es con el menor, cuando el jefe no es benévolo con su empleado, inevitablemente, producirán desordenes, complicaciones, sufrimientos.
¿Por qué se producen estas cosas?. Por la falta de amor mutuo.
Tomemos como ejemplo a un bandido o a un ladrón. Lo mismo sucede con ellos.El ladrón ama su propia casa y no la de su prójimo, y desvalijará la casa ajena en provecho de la propia. El bandido ama su persona, pero no la del prójimo y usará la violencia contra otro hombre para su provecho personal.
Tomemos el ejemplo de un alto funcionario. Éste ama a su propia familia y no ama a la de su vecino, y por ello causará problemas a la familia ajena en beneficio de la propia.
Y así todos los desórdenes que existen en la familia, en el vecindario, en la sociedad se explican de la misma manera. Cuando se busca la causa, se encuentra que reside en la ausencia de amor mutuo.
Ahora, supongamos que ese amor mutuo y universal prevalece en toda la sociedad. Si los hombres aman a su prójimo como a sí mismos, les disgustará tener sentimientos no fraternales. Si consideran a sus hijos, a sus hermanos y a sus vecinos como a ellos mismos, no podrían ser malos con ellos.
Si cada uno viera en la persona de su prójimo a su propia persona, ¿Quién le causaría daño?
Esta es la razón por la cual todos los sabios y maestros, cuya función es ayudar a los demás, promueven el amor.
No hay duda de que el amor universal y mutuo hace reinar el orden y la felicidad en el individuo o en la sociedad, y que el odio mutuo causa grandes disturbios. Eso es los que el maestro chino “Mo” expresaba al decir:
Por encima de todas las cosas debemos inculcar el amor al prójimo.
Este maestro, el filósofo “Mo”, decía que:
La usurpación de los derechos de una familia a manos de otra, los robos entre los hombres, la falta de benevolencia de parte de los gobernantes, la infidelidad al deber filial y a los sentimientos de ternura entre los padres e hijos y la falta de concordia entre los hermanos: estas cosas y otras parecidas son las que perjudican a la sociedad. Así sucederá que los padres, los hijos y los hermanos que no se aman ente sí perderán los valores de los deberes filiales, paternales y fraternales y se verán arrastrados a enemistades irreconciliables. Cuando los hombres en general no aman a su prójimo, el fuerte perjudica al débil, el rico maltrata al pobre, el noble es insolente con el hombre de pueblo y el mentiroso engaña a los espíritus simples. Todas las miserias, las usurpaciones de poder, las enemistades y los odios que existen en el mundo tienen su origen en la falta de amor mutuo.
La barrera que impide que todas las miserias, los sufrimientos, las injusticias, las enemistades y los odios, puedan penetrar en el hombre es el amor universal.
Quien, en verdad, comprende esta realidad, empieza a practicar estas enseñanzas y a enseñarlas. Y, seguramente, al poco dirá:
Es verdad que sería magnifico que tal amor universal existiese, pero es la cosa más difícil del mundo.
Los maestros nos responden diciendo que esta objeción proviene de que los hombres encargados de enseñar no comprenden aún las ventajas de la ley del amor.
Hemos de observar que cuando un hombre ama a otros, éstos responden con un amor similar; cuando un hombre produce un beneficio o una satisfacción a otros hombres, éstos responden procurándole beneficios y satisfacciones. ¿Qué hay de sorprendente en todo ello?.
Bien sabemos que cuando un hombre causa daño a otros, éstos responden causándole daño; y cuando un hombre odia a otros, éstos le responden con un odio igual.
Ciertamente, por la costumbre y por el predominio del egoísmo en nosotros, es más fácil responder de manera negativa aún recibiendo una acción altruista. Pero, en general, también, en todas las personas que nos rodean se manifiestan las virtudes, y eso es lo que debemos apreciar y comprender, porque el valor de la conciencia es incalculable.
La función de las personas humanitarias es estimular y provocar lo que resulta ventajoso para el individuo y la sociedad y descartar aquello que la perjudica.
Entre lo que nos perjudica está el pensamiento o el principio de establecer diferencias entre un hombre y otro, porque este tipo de ideas dan origen a la falta de amor mutuo.
Hemos aclarado que el principio del amor universal da origen a todo cuanto resulta ventajoso, y, por tanto, lo contrario, la diferenciación entre los hombres, produce todo lo que perjudica.
Todos los guías de la humanidad han insistido en que la diferenciación entre un hombre y otro es falsa y negativa, y que el amor universal es tan exacto como los lados de un cuadrado.
Por qué entonces continuamos escépticos y ponemos en duda este principio, diciendo: Es posible que el principio sea bueno, pero ¿Cómo ponerlo en práctica?.
También podríamos preguntar: ¿Puede ser al mismo tiempo bueno e imposible de poner en práctica?
Veámoslo en los hechos: imaginemos dos individuos, uno de ellos cree en el principio de la diferenciación entre los hombres y, el otro es partidario del amor universal.
El primero dice: “Jamás lograría ser con la persona de mi semejante como con mi propia persona, o con los padres de mi semejante como con los míos propios.”
Con tal razonamiento, este individuo es capaz de ver a su semejante con hambre y no alimentarlo, con frío y no vestirlo, enfermo y no curarlo, muerto y no sepultarlo.
El lenguaje y la conducta de quien acepta el principio del amor universal son diferentes. Este dice: “He comprendido que quien desea desempeñar una función importante entre los hombres debe considerar a la persona de su semejante como a su propia persona y a los padres de su semejante como a los suyos, sólo así podrá acceder a tal función.”
Al razonar en este sentido, cuando ve a su semejante hambriento lo alimenta, cuando lo ve con frío lo viste, enfermo lo cura, muerto lo sepulta. Ese es el lenguaje de quien profesa el principio del amor universal, y esa es su conducta.
Vemos que estas enseñanzas expresadas con simplicidad nos sorprenden. Van al grano, nos muestran la acción a realizar clara y sencilla para que nos quitemos obstáculos. Aunque, las personas influidas por múltiples filosofías y complicaciones las encuentran pobres, inferiores e insignificantes. En realidad, en esa simplicidad se encuentra una fuerza que supera a los discursos más brillantes.
Si un maestro escribe: “Amad a vuestro prójimo como a vosotros mismos para vuestro mayor beneficio mutuo.”
No se trata de una teoría, para nuestra filosofía. Amar significa actuar. En esa frase ya no se resalta la bondad del amor recíproco, sino que apunta a sus resultados.
La razón que debe llevarnos a amarnos mutuamente o, más bien, a actuar los unos hacia los otros como personas que experimentan unas por otras sentimientos cordiales, es que cada uno de nosotros encontrará en ello un beneficio inmediato para sus corazones.
Hemos de saber que la ley del amor universal resulta radical, revolucionaria. Pues implica que ese amor ha de ser igual hacia todos, hacia nosotros mismos y hacia todo ser humano.
Primero hemos de entender que, a menudo, nos sentimos inclinados a perjudicar a otro cuando nuestro interés nos parece en oposición al suyo, o que, fácilmente, inflingimos dolor a nuestro prójimo para evitar sentirlo nosotros o para procurarnos un placer. Esto sucede porque nos queremos mucho a nosotros mismos, porque el amor a nuestra propia persona prevalece sobre el que sentimos por el otro.
El mismo sentimiento nos impulsa a sacrificar a los desconocidos, es decir, a los que nos resultan indiferentes, en beneficio de las personas cercanas a nosotros, o sea, nuestros amigos.
Si suponemos que experimentamos una verdadera simpatía por todos los hombres, pero si esa simpatía varía de intensidad, ¿No seguiremos beneficiando más al que despierte en nosotros la simpatía más viva, en perjuicio de aquel por quien sentimos una simpatía menor?.
En estas enseñanzas explicadas de forma directa y clara, sentimientos como la devoción filial y el amor paterno o fraterno se convierten en hechos prácticos, y se evitan, en principio, los análisis de los sentimientos.
No se consideran esos afectos. No hay más que hechos concretos: la ayuda mutua, la abnegación ante las dificultades de la vida y el bienestar de los demás por todos los medios.
Vamos viendo que la causa de todas nuestras infelicidades está en el amor hacia sí mismo y en la falta de amor hacia los demás, y los maestros, en general, nos orientan para que nos equilibremos, recordando la ley del amor por la que hemos de querer a todos igual que a nosotros mismos.
Pero aún hay algunos maestros que llegan a decirnos que uno tiene que ser el último, incluso no quererse. Que hay que amar a los demás, más que a uno mismo, que nuestra alegría sólo sea porque al otro le vaya bien, por que es el otro quien se salva y esa sea nuestra única preocupación y ocupación. Sin duda, esta es la vida del verdadero apóstol que sólo ve por llevar un alma más al Cristo amado.
Amemos a todos. Sirvamos a todos. Tratemos de contemplar a nuestro propio Ser en todos los seres.
Demostremos un espíritu valeroso e intrépido. Permanezcamos firmes como una roca. Movámonos por el mundo como un león y saquemos a las almas luchadoras de la ciénaga del Samsara. Propaguemos el conocimiento del Ser, compartámoslo con los demás. Seamos universales y abiertos a todos.
Confiemos en nuestro propio Ser y en nuestra propia fortaleza espiritual interna. Permanezcamos erguidos sobre nuestros propios pies. Sigamos nuestro propio camino, sin atarnos a ningún lugar ni a nada en particular.
Vayamos pues, y distribuyamos esta riqueza imperecedera del conocimiento del Ser a lo largo y a lo ancho del mundo.