Carl Gustav Jung (1875-1961) es una de las figuras más importantes de la psicología transpersonal así como uno de los psicólogos más considerados de este siglo (tanto en el campo de la mitología como en lo que respecta a la interpretación de los sueños) y un gran conocedor de corrientes esotéricas como el Gnosticismo cristiano, el Tantra, el Taoísmo, el I-Ching y la Alquimia.
Entre 1912 y 1919, tras separarse de Freud, Jung fue sujeto -más paciente que activo, al parecer- de una irrupción casi incontrolable de imágenes provenientes de lo que él denominaría Inconsciente Colectivo, que fueron, en sí, la «materia prima» que, en opinión de su secretaria personal, Aniela Jaffe, «hizo posible la producción intelectual a la que se dedicó durante el resto de su vida».
Buscando antecedentes históricos a lo que le estaba aconteciendo y a las intuiciones «psicológicas» a las que estaba llegando, Jung se adentró, entre 1918 y 1926, en el aparentemente caótico mundo simbólico del Gnosticismo cristiano.
Posteriormente encontraría su base de apoyo histórico en la Alquimia, hasta el punto de que estaba convencido de que su Psicología Analítica enlazaba directamente con la Alquimia y que su método «psicoterapéutico» y revitalizador de símbolos, denominado «Imaginación Activa», era una especie de método mejorado de la «Imaginatio vera et no phantastica» del Opus alquimista.
En 1928 le llegó a sus manos un libro de alquimia china que le sirvió para correlacionar su búsqueda interior con la de los alquimistas.
Esta obra se llamaba El Secreto de la Flor de Oro, cuya tradición oral se remontaba al siglo VIII de nuestra era. «Yo devoré prácticamente el manuscrito, pues su contenido vino a corroborar inesperadamente mis ideas sobre el mandala y la circunvalación alrededor de un centro.
El contacto con esa obra puso fin a mi aislamiento, pues a través de sus páginas logré conocer a mis precursores ideológicos y relacionarme con ellos», confesaría en sus memorias.
A partir de entonces Jung se sumergirá en la Alquimia, llegando a tener una de las colecciones de libros e infolios más importantes del mundo, con más de doscientos títulos.
Casi toda esta biblioteca alquimista la tenía ya en su posesión en 1940. Su conocimiento del latín y del griego le facilitaron la lectura y estudio concienzudo de tales textos. «Las experiencias de los alquimistas eran mis propias experiencias y su mundo era, en cierto sentido, mi propio mundo», confesaría.
Su primera exposición pública sobre los paralelismos encontrados entre su Psicología Analítica y la Alquimia los dio a conocer en dos conferencias pronunciadas en sendos congresos de Eranos, en Ascona (Suiza):
«Los símbolos oníricos del Proceso de Individuación» y «Los conceptos alquimísticos en torno a la salvación», que son la base sobre la que gira su ensayo Psicología y Alquimia.
Además de los libros citados, las referencias alquimistas en la obra junguiana se encuentran en casi todas sus obras, destacando especialmente su prólogo en El secreto de la Flor de Oro (1929), en el que incide sobre el Proceso de Individuación y el arquetipo del mandala, y en «Simbología del Espíritu» (1948), en el que se detiene sobre todo en el simbolismo del Mercurio Filosofal (publicado en Fondo de Cultura Económica).